NOVENA A NUESTRO PADRE JESÚS EL ABUELO 21 de marzo. QUINTO DÍA.
Jesús
se acercó a nosotros para hacernos el bien. Se manifestó siempre muy cercano a
los más necesitados, pobres y humildes. Compartió la vida con sus vecinos y
familiares, con quienes encontraba por los caminos y en los pueblos, con la
gente en general y era consciente de que su Misión era mostrarles el Amor de
Dios, hacerse Él mismo Amor y entrega por ellos. Se acercaba, en especial, a los enfermos para
sanarlos en su cuerpo, a los leprosos para limpiarlos, a los paralíticos para
hacerles andar, a todos para darles paz y esperanza en su espíritu. Todo lo
hace bien, decían sus seguidores, ayuda a los menesterosos, sana a los
afectados por miserias y a los tullidos, expulsa a los demonios, resucita a los muertos. Ni sus
enemigos, escribas, fariseos y sacerdotes, podían negar la bondad que
resplandecía en su mirada, la paz que provocaba su palabra, la tranquilidad y
sosiego que producía su presencia. El buen obrar de Jesús y sus maravillosas
obras eran signos de la ternura y humanidad que se albergaban en aquel Corazón,
tan divino y tan humano, con tanta calidad que no podía actuar de otro modo más
que derramando misericordia y clemencia. Todos conocían su trayectoria y todos
a través de Él sentían la llamada de Dios a seguir el mismo camino. Nuestro San
Juan de la Cruz, lo dice bellamente así: “Mil gracias derramando pasó por estos
sotos con presura y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de
su hermosura”. Una mirada a los
Evangelios nos muestra cómo Jesús acoge a todos, y con preferencia a los más
pobres y necesitados. Pongamos nuestros ojos en Jesús y aprendamos de Él a
servir a Dios y al prójimo de la misma manera. Vayamos ahora a ejemplos
concretos: ahí tenemos al ciego de Jericó, tirado en la cuneta del
camino por donde pasaba Jesús, estaba pidiendo limosna, oyó un tropel de gente,
el que circulaba a su vera y nadie le hacía caso; pero conforme avanza Jesús,
siente su presencia, comienza a gritar y a suplicar ¡Jesús de Nazaret, ten
piedad de mí! Ahora sí, los que caminaban les mandan callar, pero Jesús lo
escucha, siente con el ciego y se compadece de él; pide que se lo acerquen, lo toca y le pregunta ¿qué quieres
que haga contigo? ¡Señor que vea! Jesús está tocado en su corazón, y con
dulzura le responde: Tu fe te ha curado; aquél hombre no solo recobró la vista,
sino que pasó a ser dueño de sí mismo, libre para caminar y hacer, conocedor de
la vida que le rodeaba, la luz ha entrado en sus ojos, percibe los colores, las
formas, la belleza de las cosas, de toda la creación y de los seres humanos,
las personas; este Bar-Timeo ha nacido de nuevo, ya es otro, pero sobre todo
por lo que vale más que nada, se ha encontrado con Jesús, camino, verdad y
vida, la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, “el que me sigue
no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. En Jerusalén
encontramos a otro ciego, aquel de quien se dice ser “ciego de nacimiento”;
había vivido siempre en la oscuridad, también quizá en la negrura del espíritu;
es aquel en quien discípulos se fijaron y se plantearon la cuestión de quien
habría pecado para nacer ciego, si él o sus padres… y escucharon de Jesús que
los males físicos no tienen que ver con el pecado, sino que había nacido ciego
para que se manifestaran en él las obras de Dios, “mientras estoy en el mundo,
soy la luz del mundo”. La intervención de Jesús liberó a muchos de cargar con
el pecado, la ruptura con Dios, como respuesta al defecto o limitación natural
propia. El ciego sigue lo que Jesús le manda y después de lavarse en la piscina
de Siloé, vuelve con vista; entre los que les conocían hay dudas para
identificarle, ni siquiera los propios padres quieren reconocer lo sucedido,
porque temen proclamar a Jesús el Anunciado por los Profetas, tampoco las
autoridades quieren aceptarlo, sin embargo el ciego defiende su propia
curación, la intervención milagrosa de Jesús y que Él sea el Mesías: “yo solo
sé que era ciego y ahora veo”, que aquel hombre me devolvió la vista, pero
además supera la ceguera espiritual y descubre que aquel hombre es el enviado
de Dios y confiesa ¡Creo, Señor! El paralítico de la piscina de Siloé,
es otra muestra de la cercanía y misericordia del Señor; llevaba muchos años
esperando el movimiento de las agua, nadie le hacía caso, y allí tumbado pasaba
la vida sin sentido, pues ya había
perdido la esperanza; pero Jesús lo descubre, lo mira, entra en su corazón, ve
su necesidad, le pregunta si quiere ser curado y le manda coger su camilla y
marchar a casa; así Jesús, una vez más,
se salta las leyes naturales y religiosas, las costumbres y las normas, en bien
del hombre, que es lo más importante para Dios, ¿“qué es el hombre para que te
acuerdes de él, el ser humano para darle poder… lo hiciste poco inferior a los
ángeles…?. Fueron muchos otros paralíticos, endemoniados y leprosos, en todos,
la intervención de Jesús, no solo fue la curación física, sino el entrar en
contacto, el ENCUENTRO con Jesús: poderle mirar y contemplar, ver su Rostro y
que quedara impreso en su alma. El Evangelio nos cuenta hasta tres
resurrecciones que realizó Jesús a la vista de sus seguidores: el hijo de la
viuda de Naín, la hija de Jairo, el Jefe de la Sinagoga y Lázaro, su amigo y hermano de Marta y María. En el
primer caso ni siquiera hay petición o súplica para que realice el milagro;
Jesús se encuentra con el cortejo: una mujer viuda que pierde el único hijo,
queda sola, va destrozada y un gran gentío le acompaña, estamos a la salida de
la ciudad de Naín. A Jesús se le conmueve el corazón, ese corazón bondadoso tan
igual al de su Madre; quizá se acordara de Ella en aquel momento, un día
quedaría también sola y en aquella sociedad, una mujer que no tuviera hombre
que le defendiera, estaba perdida; era el caso de la Viuda de Naín y cuando
llegara el momento, su Madre, aunque María fue dada como Madre a la Iglesia.
Jesús detuvo a los que llevaban el féretro, y aquel joven fue devuelto vivo a
su madre. La hija de Jairo, jefe de la sinagoga, este se ha enterado de las obras de Jesús y
su hija, una muchacha joven, de unos 12
a 13 años, está muy grave; los amigos interceden a favor de Jairo,
aunque Jesús está ya dispuesto a bajar a la casa y devolver la vida a la niña,
para regocijo de todos y anuncio de du futura resurrección. En el camino avisan
“La niña ya ha muerto, ¿para qué molestar al Maestro? Paro Jesús sigue adelante
porque bien sabe lo que ha de hacer. La casa es un espectáculo, amigos,
familiares, lamentos de plañideras, llantos, gente que va y viene. Jesús llega
ala estancia, solo los padres y quienes le acompañan; la toma de la mano “niña,
a ti te lo mando levántate y anda” Lázaro, hermano de Marta y María, los
tres amigos queridos de Jesús; ahora Lázaro cae muy enfermo, al poco muere,
avisan a Jesús, pero el recado no llega, o él se entretiene o se trata también
de que a través de este hecho se va a mostrar la gloria de Dios. Marta y María
no entienden, pero mantienen la fe en Jesús. Llega Jesús, y tanto les quiere
que se echa a llorar. Después de dar la gran lección “Yo soy la resurrección y
la vida el que cree en mí no morirá para siempre” ¿Vosotros creéis esto? Lo
creemos nosotros? Pues esta es la llamada principal de Jesús en nuestro
ENCUENTRO, esta es la finalidad de toda la Semana Santa: Proclamar,
experimentar, vivir y cantar gozosos la RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Lo característico de las curaciones
de Jesús es que van dirigidas a los más pobres y menesterosos, los que tienen
fe y confianza, de tal modo que la Fe arrancaba el milagro y el milagro
arrancaba la Fe. Las resurrecciones tienen el sentido de ser anuncio de la suya
propia. Jesús se expuso ante los poderes, cuando por sanar al necesitado se
saltaba la Ley, curando en sábado o acogiendo al leproso. El milagro de la
multiplicación de los panes fue para saciar el hambre de muchos hambrientos que
iban tras Él y a la vez les anunció el pan de vida; porque Jesús al curar el
cuerpo no se olvidaba de sanar el espíritu, “Tus pecados quedan personados”,
después “coge tu camilla y vete a tu casa”. Jesús no rechaza a nadie por su
condición social, o como los publicanos que eran tenidos por gente de mala vida. Las
multitudes que le seguían eran pobres; tampoco rechazaba a los niños, aunque
molestaran, ni a las mujeres aunque tuvieran mala fama. A todos nos trata con
amor y bondad. ¡Gracias Jesús!
Mirarte, Jesús Nazareno,
Nazareno de Jaén, Abuelo.
Volverme
junto a Ti, mirar tu cara,
Dejarme
iluminar por la luz que sale de tus ojos, y así seguir tus pasos.
Encuentro
con Jesús, que el alma llena, y deja satisfecho el apetito,
Y
a la vez ansiando más de tu mirada, de tu luz y tu presencia.
Encuentro
en el Amor de Jesús, que es llama misteriosa, portadora de luz,
Que
envuelve y embriaga: a la vez que enciende, apaga,
Aquí
destruye, allí restaura, ahora enardece, después amaga.
¿Qué
será, divino Jesús, mi Nazareno? ¿Será
presencia o será llama?
Amor
que me regalas con tanto calor y colorido, que me fundes en Ti
Jesús Nazareno Bendito
Y
me iluminas, haciéndome llegar al infinito.
Antonio
Aranda Calvo.