LECTURAS: Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4. Salmo 94, “Ojalá escuchéis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”. 2ª de Pablo a Timoteo, 1, 6-8. 13-14. Evangelio de San Lucas 17, 5-10.
Hoy día de los Ángeles Custodios… que ellos nos guarden en nuestra vida para que podamos seguir rectamente el Camino del Señor. Felicidades a los que celebran su fiesta. Veamos qué se nos propone, hoy:
En la primera lectura, Habacuc se dirige a Dios con ese ¿Hasta cuándo, Señor...?
Sentimiento que muchas veces surgen en nuestro corazón. Contrastar la realidad desde la óptica de la fe nos lleva a percibir la realidad como algo desafiante. Dios nos pide hacer memoria y recordar cómo ha actuado con nosotros. Es verdad que hoy nos enfrentamos a muchas dificultades, pero Dios nunca nos deja. Son en esos momentos cuando más surgen signos de su presencia y acción. Es necesario meter en el corazón que Dios nunca permanece indiferente frente al sufrimiento y el dolor. El creyente pone en Dios su confianza porque sabe que el amor nunca defrauda.
Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras.»
(Salmo 95, 8-9)
Y se nos pide que no endurezcamos el corazón porque es así como podemos percibir la voz de Dios en medio de tantas voces discordantes. Renovemos la relación de intimidad con el Señor que nos lleva a la alabanza y a la gratitud por su presencia en medio de la tierra y de nuestra propia vida.
En la segunda lectura escuchamos: ¡Aviva el fuego de la gracia de Dios! Pablo nos invita a reavivar el don de Dios que hemos recibido. La experiencia de fe siempre es dinámica y nos lleva a salir de nuestro estado de confort y pasividad. Es la fuerza del Espíritu que nos permite afrontar los desafíos que la vida nos pone delante.
Y nos llega el Evangelio con aquella súplica ¡Auméntanos la
fe!
Las enseñanzas de Jesús, que ha venido dando a sus
discípulos, les hacen tomar conciencia de las exigencias y dificultades que hay
que enfrentar en la vida. Por eso le piden al Maestro: “auméntanos la fe”.
Jesús, que por medio de imágenes significativas nos permite captar la
complejidad de la realidad, invita a mirar la semilla de mostaza; si miramos
una de esas semillas nos sorprenderá lo pequeña que es. A través de esta
imagen, el Señor, nos ayuda a percibir la potencialidad y el valor que encierra
lo pequeño. La
fe no es algo mágico como un hechizo, algo prodigioso que te echan, sino que es
la confianza radical en Aquel que ama, nos convoca y nos envía. Por
eso en la segunda parte del evangelio de hoy, Jesús propone desplegar nuestros
dones y cualidades al servicio del Reino. Las personas que nos han marcado en
la vida, son aquellas que han aceptado esta invitación y han salido de sí
mismas, muchas veces de situaciones dolorosas y complicadas, para canalizar a
través de la entrega generosa el amor que Dios ha puesto en sus corazones. La fe vivida y compartida transforma la realidad y nos
hace abrir caminos de vida y esperanza. Jesús vivió esa
confianza con el Padre dando su vida, compartiendo, alentando y ayudando a que
nuestra mirada siempre tenga un horizonte más amplio: el horizonte de la fe.
Por eso como los discípulos también nosotros le pedimos: «Señor, auméntanos la
fe.»
Antonio
Aranda Calvo. Sacerdote.