LECTURAS:
MALAQUIAS 3,19-20ª; SALMO 97, “El Señor llega para regir los pueblos con
rectitud”; 2 TESALONICENSES 3,7-12; EVANGELIO DE LUCAS 21,5-9.
Nos acercamos al final del Año Litúrgico; el próximo Domingo, día 20, es la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, y el siguiente se iniciará el Tiempo de Adviento, preparándonos a revivir el MISTERIO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR (Encarnación, Nacimiento, Vida de Infancia, Vida Oculta en Nazaret, Vida Pública anunciando el Reino de Dios, Pasión Muerte y Resurrección y Ascensión ante el Padre).
El presente domingo es una llamada para prepararnos al encuentro con Nuestro Padre Dios en su Reino; a Él llegaremos, presentados como trofeo del Señor Jesucristo. El Papa afirma que Jesús nos invita a no tener miedo ante las agitaciones de la época, ni siquiera ante las pruebas más severas e injustas que nos aflijan como discípulos suyos. Él nos pide perseverar en el bien y poner toda nuestra confianza en Dios que no defrauda: “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Dios no se olvida de sus fieles, nosotros, que somos su valiosa propiedad.
Así en la primera
lectura, nos dice que el día del Señor está cerca, que viene como horno
encendido, donde perecerán todos los orgullosos y malhechores…,
nos orienta al camino de la verdad, y este no es otro que el proclamado por
Malaquías, donde se nos manda anunciar al pueblo la conversión, asumir la ley
del amor, ser el pueblo nuevo, que caminar a la luz de Dios. Todos aquellos que
no quieran entrar en esa dinámica, se estarán excluyendo del mundo nuevo; quedarán excluidos y no podrán entrar en la morada de
Dios, los que obran sin amor; los que tratan a los demás con hostilidad, con
engaños y mentiras… Si obramos así no seremos hijos del Padre
misericordioso y no caminaremos en la luz; sin embargo, los que aman al Señor
quedarán iluminados por el sol de la justicia y vivirán llenos de salud. La
venida del Señor será para bien de la humanidad y de toda la creación, que
tiene el fin de alabarle y reconocerle como el único que actúa con justicia,
esa justicia que nosotros los humanos anhelamos en un mundo cada vez más
deshumanizado, lleno de codicia, de poder y de la avaricia que todos conocemos.
Pidamos en nuestra oración que vayamos moldeando nuestros corazones, a fin de
que todos seamos impregnados de esa justicia divina.
San Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a llevar una vida ordenada, en el trabajo, no distraídos en las bellezas externas, pues bien sabemos que todo ello pasará y que por el contrario nos espera un gozo eterno; así se nos interpela a todos y a cada uno, a que seamos honrados y trabajadores por el reino, que nuestros pensamientos sean siempre puros, obrando y dando ejemplo con sencillez y humildad. Se nos invita a todos, sin distinción ni diferencia, al trabajo digno como deber de todos, a todos nos toca cuidar la casa común, como dice el papa Francisco en la encíclica “Laudato Si” pues el trabajo es un mandato divino. El apóstol nos enseña con su propio ejemplo, ya que cumple lo que dice. No quiso ser carga para nadie y nadie debe aprovecharse de los demás.
El texto del Evangelio de Lucas nos presenta:
1º.- Anuncio de la venida definitiva del Señor,
pero en vez de meternos miedo con ello, quiere recordarnos cómo hemos de buscar
siempre el bien del reino para poder encontrarnos con él, esto es: hacer el
bien a los demás, tratar a nuestros hermanos con amor, y encaminar nuestro
trabajo a la edificación de ese reino en este mundo, que Jesús vino a
restaurar. Dios se vale de ti y de mí para que se le reconozca en la tierra
como el Dios de la vida y de la luz. Somos los elegidos para que el reino
funcione con amor. Estamos llamados a trabajar todos con este
objetivo: en medio del sufrimiento y el sacrificio, con esfuerzo, constancia y
sobre todo con amor, podremos superar las pruebas cotidianas. Vivamos
decentemente, es lo que espera el Señor de sus hijos.
2º.- El espíritu de servicio, ante la realidad de que “los jefes
los tiranizan…” nos dice el Señor no tiene que ser así entre
vosotros, el que quiera ser el primero sea el primer servidor: No robes ni retengas el sustento de la otra persona, no
le quites lo que le sea necesario para sobrevivir. El egoísmo,
la avaricia, las ganancias por encima de todo, están fuera del proyecto del
Padre, quien desea que todos vivamos en paz y concordia. No te fijes en los
malos ejemplos, haz el bien y tu Padre del cielo te lo premiará.
3º.- El valor del Templo: Lucas pretende
sanar a toda la humanidad; en estos relatos apocalípticos nos quiere hacer
salir del bienestar y asistir a los más vulnerables. Lo
que escuchamos en el Templo hay que llevarlo a la vida y a los que no conocen a
Dios. El Templo ha de ser una morada viva, que nos ayude a escuchar
la Palabra y aplicarla en la vida diaria; no pretendamos actuar como los
fariseos, que imponen cargas que ellos no están dispuestos a llevar. Si
actuamos así es porque no hemos entendido la palabra de vida que Dios tiene
para nosotros, la cual nos lleve a aceptar la Gracia de Dios con las
fragilidades propias y ajenas.
4º.-Los miedos y revelaciones falsas: En
nuestros tiempos hay todavía gente que quieren llevarnos a Dios a través del
miedo; por el contrario, la Palabra ha de llegarnos a través de la sinceridad,
ternura y amor. La Palabra verdadera tiene que aportar paz, serenidad y
esperanza; Jesús nos previene de que el tiempo de los falsos profetas ya está
entre nosotros y tratarán de engañarnos para obtener algún beneficio, que suele
ser económico. Abramos bien los ojos para no caer en la tentación, para no
quedarnos en la felicidad superficial. Busquemos la fe cargada de buenas obras,
es lo único que puede salvarnos frente a nuestros pecados.
5º.- Responsabilidad: hermanos, en nuestras
manos está acercar a los demás a Dios, y ayudarles como el samaritano en las
necesidades materiales; que tus prójimos estén a gusto en tu compañía. Sé luz
en el camino, sé mediador… con el fin de llevar a Dios a toda la gente de buena
voluntad, no te quedes con la Buena Noticia, eres un instrumento clave para
seguir dando gloria a Dios. Que el Señor nos bendiga y nos ayude a dar lo mejor
de nosotros mismos. Amén
Antonio
Aranda Calvo. Sacerdote.