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viernes, 7 de octubre de 2022

DOMINGO XXVIII. T.O. 9 DE OCTUBRE

 LECTURAS: 2 REYES 5,14-17; SALMO: “El Señor revela a las naciones su salvación”; 2 Timoteo 2, 8-13; Evangelio de Lucas 17,11-19. 

La intervención de Dios purifica y limpia de la lepra 

   La lepra como enfermedad está relacionada con una manifestación exterior y palpable, que provocaba el rechazo y la exclusión de la sociedad. La lepra como condición de vida remite a la presencia del mal: un estado de impureza o un castigo, de los cuales solo Dios puede liberarnos. Por esta razón, en el mundo rabínico curar a un leproso era prácticamente lo mismo que devolverlo a la vida, resucitar a un muerto: algo que solo Dios podía hacer. La lepra está presente con frecuencia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.  

El relato de la primera lectura nos habla de Naamán el sirio, cuya carne quedó limpia como la de un niño. No debemos detenernos solo en la acción física de la curación de la piel, sino en la simbología que existe dentro del relato: se nos habla tanto de la curación integral del cuerpo como de la renovación del espíritu. Ser leproso no solo era una cuestión exterior, física y palpable. Naamán, después de lavarse siete veces en las aguas de Israel, dejaría atrás toda impureza y quedaría totalmente curado. Por tanto, la limpieza y la sanación de la lepra en Naamán apuntan también al sentido religioso y espiritual de la persona. 




Eliseo rechaza los regalos de Naamán
Pieter Fransz de Grebber
[Óleo sobre lienzo 120 x 185.50 cms (1637)]
Museo Frans Hals

Podríamos preguntarnos: «¿Cuáles son nuestras lepras?, ¿de qué necesito ser purificado y redimido?, ¿qué me excluye de la Iglesia, de la sociedad y del mundo en el que vivo?».  

El hombre suplica: Maestro, ten compasión de nosotros  

En el Evangelio nos encontramos con diez leprosos, pero lo más significativo es que solo uno de ellos —el samaritano— fue capaz de mostrarse agradecido con Dios, alabándolo con grandes gritos. La compasión ofrecida por Jesús es para todos: no ha habido distinción con ninguno de los enfermos que se acercaron a él. Todos recibieron el mismo trato y todos fueron sanados de su enfermedad. Muchas veces no somos consciente de lo necesitados que estamos de Dios. Entretenidos en las rutinas de la vida y absorbidos por nuestro trabajo, y demás ocupaciones, aún religiosas, no somos conscientes de que vivimos sin Dios en nuestra vida, en nuestras decisiones y proyectos. ¿Acaso es Dios quien decide…como algo habitual?  

La enfermedad de la lepra fue el motivo que estas personas encontraron para suplicarle a Dios su compasión. ¿Cuáles son las razones que tenemos hoy para que el Señor tenga compasión de nosotros? Quizá nuestra «lepra» es el olvido de Dios: creer que lo podemos todo y que somos la fuente de nuestro ser. Otra «lepra» puede ser el egoísmo: mirarnos solo a nosotros mismos como si fuéramos el centro del universo. Hay muchos modos de ser un «leproso contemporáneo».  

Todos necesitamos la compasión de unos con otros. Veamos la reacción de Jesús: «Ten compasión de nosotros, Señor». La respuesta es inmediata y clara: acogernos; nada ha de ser obstáculo para atender, especialmente, a los que sufren. Porque somos vulnerables; porque nuestra vida es frágil; porque nuestras consciencias están adormecidas por el consumismo, las pantallas, la telebasura…; porque no hacemos todo el bien que podríamos, ni somos los suficientemente generosos con los demás, pidamos a Dios que tenga compasión de nosotros.  

La fe se vive desde la gratuidad: Lo vemos con claridad en el samaritano luego de haber sido sanado: el resto leprosos siguieron su camino, pero este se quedó alabando a Dios con gritos de júbilo y se echó por tierra a los pies de Jesús dándole gracias. A veces vamos por la vida sin agradecer las bondades que recibimos cada día. Sucede que nos volvemos pesimistas y negativos, y entonces parece que todo está mal y nada tiene solución. La gratitud nos ayuda a vivir una vida más serena, más plena.

 


«En el camino, los diez leprosos, quedaron limpios y sólo uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios» (Lc 17, 14-15). 

 

Contento de haber sido curado, el samaritano no hace otra cosa distinta que vivir agradecido con Dios.  

 Para llevar una vida satisfactoria, el cristiano ha de purificar su mirada de las muchas «lepras» que le impiden ver la bondad de Dios en el prójimo y en todo lo creado. Esa purificación no es un ejercicio de un solo día, sino una actividad constante. Debemos purificar también nuestros oídos y nuestras palabras de todo aquello que nos separa o nos impide hacer el bien, sea pensado, escuchado, expresado o llevado a cabo. En definitiva, se trata de una purificación del corazón que nos permite ser conscientes de la gratuidad en la que estamos envueltos. El pagano Naamán, como el samaritano curado del Evangelio, manifiesta una inmensa gratitud. No es casualidad que se trate de dos personas que no pertenecían al pueblo de Dios: precisamente, cuanto más excluidos, más se alegran de sentirse y saberse curados. El don de la fe lo recibimos gratuitamente, así como el don de la vida. La vida y la fe son un regalo: ante estos dones, nuestra mejor respuesta debería ser —como la del samaritano— la gratitud.  

Levántate, tu fe te ha salvado: La fe, como dice santo Tomás de Aquino, es la primera virtud en el orden de la eficiencia. El samaritano, al igual que Naamán el sirio, nos ilustran sobre el don de la fe. Todos los milagros o signos obrados por Jesús son precedidos por la acogida de la fe por parte de cada uno de los protagonistas. Sin fe es imposible que Jesús pueda actuar.  

La fe mueve a la alabanza y la gratuidad; ahora bien, es sobre todo su fe la que permite el inicio de su salvación. «Tu fe te ha salvado» En este sentido en la segunda lectura nos encontramos con un himno cristológico: una declaración de fe y de confianza que Pablo dirige a Timoteo. No podemos medir nuestra fe; pero sí que podemos tener claro que el sentido de la fe no siempre nos viene de fuera, sino que es un misterio que cada alma ha de ir descubriendo, viviendo una relación íntima y amistosa con Jesús. ¿Quién es el Dios en el que creemos y cuáles son las obras de mi fe? La respuesta nos ayudará a tomar conciencia sobre el Dios de Jesucristo y nuestro camino como cristianos. 

Seremos más conscientes de nuestra identidad cristiana, que sin fe carece de sentido. 


Antonio Aranda Calvo. Sacerdote. 


EN LA FIESTA DE LA VIRGEN DEL CARMEN 16 de Julio.

  (Dedicado a los fieles de Monte Lope Álvarez en la Fiesta de su PATRONA )   !VIVA LA VIRGEN DEL CARMEN! ¡Virgen del Carmen! Reina de mares...