(LECTURAS: Éx. 16, 2-4.
12-15. SALMO 77 “El Señor le dio Pan del cielo”. Efesios 4, 17. 20-24.
Evangelio. Juan 6,24-35)
En el Evangelio de los
últimos domingos observamos a Jesús saliendo al encuentro de la multitud; hoy
es la multitud, saciada por él, la que sale en su busca. Hoy día podemos
imaginar entre aquella multitud a todos los que buscan a Dios en nuestra
sociedad. Son muchos, aunque a veces no se reconocen, por un lenguaje y unas
actitudes no fáciles de interpretar según las pautas habituales; sin embargo, comparten con la multitud que busca a Jesús la
misma sed de Dios, aun cuando ni ellos mismos lo perciban.
Impresiona la relación
entre Jesús y la multitud: la fascinación, la mutua búsqueda. Jesús quiere algo
más: que esas gentes le conozcan para que un encuentro más profundo con él
produzca cambios relevantes en sus vidas. Y les reta a cambiar, a superar el
estrecho horizonte en el que viven para descubrir otras necesidades más
profundas que laten en el corazón. Y ¿cómo no? también para saber más
sobre su persona, y para preguntarse sobre los acontecimientos y el sentido de
la vida. La multitud escucha el reto, pero no comprende bien el sentido de las
palabras de Jesús: «¿qué hemos de hacer para llevar a cabo las obras de Dios?». Ellos entendían que se trataba de aumentar las obras piadosas
para salvarse, según los maestros de la ley mosaica: oraciones, ayunos, ritos…Jesús, les sorprende diciendo que la obra de Dios no
consiste en hacer más cosas, como también creemos nosotros. Jesús exige una
sola cosa: creer en él, acogerlo como el enviado del Padre.
La fe en Cristo es el
alimento que llena la vida de sentido y de sabor. Si entablamos una relación de
amor y confianza con Cristo también podremos hacer "buenas obras" que
huelan a Evangelio, para gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. La fe es gracia y don de Dios, pero también tarea y respuesta
del creyente que tiene que reflejarse en su estilo de vida.
“Señor, danos siempre de este pan”, suplican los oyentes, igual que hizo la Samaritana pidiendo el
agua viva. Entonces Jesús se ve precisado a revelar abiertamente: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre
y el que cree en mí no tendrá nunca sed". Dios sigue dando a su nuevo
pueblo, la Iglesia, y a todos los hombres, ese pan que sacia y que no es otro que
Cristo Jesús, su propio Hijo.
Se nos pide:
1.- Renovación
de mente y espíritu, para acoger las inspiraciones
del Espíritu y vivir de acuerdo con nuestra condición de hijos de Dios. De esta
manera seremos humanos según el proyecto de Dios: corazón y mente abiertos y
sensibles a las llamadas del bien, de la verdad, de la belleza.
2.- Muchos
presentarán como contrapropuesta al plan de Dios una vida consumida por la
avidez insaciable, la codicia de la posesión de cosas y personas con lo que se
pretende colmar el vacío de la persona; sin embargo, la vida del creyente en
Cristo, consiste en aprender de él y, aún en nuestra pobreza y fragilidad,
adoptar un estilo de vida conforme con la voluntad de Dios. Esta novedad, nos
asegura San Pablo, no procede de nosotros, sino que es don de Dios (Ef
2,8).
¿Qué es lo que buscamos y lo que centra nuestra vida y trabajo?
Parece que hay poca diferencia práctica entre bastantes cristianos y otros que
no se dicen creyentes. Dada nuestra hambre
existencial, no podemos prescindir del alimento que perdura para la vida
eterna. El pan de vida que nos abre a su amor y al de los hermanos. Necesitamos
creer en Jesús, orar y hablar con Dios, para vivir y transmitir esperanza, vida
y dignidad humana. Solo el pan material, el tener y el consumir, nos dejarán
interiormente vacíos.
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.