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viernes, 18 de febrero de 2022

VII DOMINGO DEL T.O. 20 DE FEBRERO 20022.


 

“Con la misma medida con que medís, os volverán a medir”

 

LECTURAS: 1er. LIBRO  DE SAMUEL: Primer Libro de Samuel 26, 2.7-9; Salmo 102 “El Señor es Compasivo y Misericordioso; Primera a los Corintios 15, 45-49;  Lucas 6, 27-38. 

 

Cercanos ya al tiempo de Cuaresma, cuando se vive con mayor intensidad el MISTERIO PASCUAL… nos disponemos a cantar las misericordias del Señor… Así el Salmo responsorial y toda la Palabra de Dios, hoy, pone ante nosotros dos opciones para que desde nuestra libertad nos dirijamos por el camino del bien o del mal, siguiendo al Señor en el Espíritu o siguiendo lo terreno y carnal… en nuestras manos está, nuestra verdadera realización, el hombre nuevo de la segunda lectura. 

 El mensaje de la palabra de Dios es claro, no lo debemos “reinterpretar”. Dice lo que dice y lo expresa con claridad: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, sed compasivos…, perdonad…” Pero nos cuesta aceptar esta enseñanza que es el ejemplo que Cristo nos ha dado… Amamos a los que nos aman, hacemos el bien a quien nos lo hace, prestamos cuando esperamos sacar alguna ganancia. A lo largo de los siglos hemos  reducido el evangelio a unas cuantas -pocas- normas éticas razonables, escogidas nuestro gusto, como “un evangelio a la carta”. Sin embargo, Cristo quiere llevarnos a lo infinito: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, no juzguéis, no condenéis…». Y el “modelo” está en Cristo, lejos del “viejo Adán” quien rompió la verdadera imagen de Dios.  

     Vivimos en sociedades que tienden a la violencia física y psicológica, donde el respeto, el perdón, la compasión o el compartir no son valores de moda. Solo leer el periódico o ver las noticias cada día nos pone al tanto de cuantos asaltos, accidentes, hechos de corrupción, homicidios de hombres y mujeres suceden cada jornada. Además, en nuestra vida más cotidiana, el “ojo por ojo y diente por diente”, “el que me la hace me la paga”, el “yo perdono, pero no olvido…”  están a la orden del día. 

 


 

El regreso del hijo pródigo. 1668. Murillo 

Óleo sobre lienzo. 236x262 cm. 

The National Gallery of Art. Washington

 

    

    Pero Jesús nos llama a amar y no a condenar, su clamor recorre la historia y llega hasta nosotros aquí y ahora: ante nuestra extrañeza, nos pide abrirnos de corazón al prójimo y a no ponerle límites legales o doctrinales a nuestra disposición de comprenderlo y aceptarlo tal como es y tal como nos necesita. Sólo desde la relación cercana con Dios es inteligible el mandato de Cristo de amar, de perdonar o de ser compasivos... como ha hecho Cristo. Quien va entendiendo así el perdón, comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo extraño y absurdo o imposible e irritante, es el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas, siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.

   Si lo que Jesús nos pide nos parece imposible, entonces entenderemos  que nuestra respuesta dependerá no solo de nosotros mismos, sino de la gracia que viene de Dios. Solo con el espíritu que Dios nos promete seremos capaces de ser testigos del amor, perdón y paz, a lo que Jesús nos llama. El perdón y misericordia son actitudes fundamentales del cristiano porque son de Dios.  Brotan siempre de una experiencia religiosa. El cristiano perdona porque se siente perdonado por Dios.  Perdona quien sabe que vive del perdón de Dios. Ésa es la fuente última. «Perdonaos mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo». Olvidar esto es hablar de otra cosa muy diferente del perdón evangélico. Así, el perdón cristiano no es un acto de justicia. No se le puede reclamar ni exigir a nadie como un deber social. En un juicio, “si se es culpable se condena y si no los es no hay juicio alguno”  

    Para concluir, otra vez Jesús nos advierte: “Con la misma medida con que medís, os volverán a medir” ¿En verdad creemos esto? Porque somos mezquinos y negativos para juzgar, para dar, para amar… y sin embargo, la vara con la que medimos nos mide y afecta a nosotros y a nuestro entorno. Es como  una vara que a lo largo de los siglos se ha ido forjando de un hierro  tan fuerte que en él estamos atrapados, porque es de todo, menos de “amar al enemigo,” “no juzgar” y “no condenar.” 

     Pensemos que, si no podemos imitar la misericordia, el amor y el perdón de Dios, seamos al menos un canal para que ese amor y perdón lleguen a quienes más los necesitan. 

 

Antonio Aranda Calvo. Sacerdote. 

 

 

 

 

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