“Anda y haz tú lo mismo”
LECTURAS: Deuteronomio 30,
10-14; Salmo 68: “Humildes buscad al Señor y vivirá vuestro corazón”.
Colosenses 1, 15-20. Evangelio de Lucas, 10,25-37.
Continuamos caminando hacia Jerusalén con Jesús y sus discípulos.
El Maestro encuentra ocasiones para mostrar el Reino y las exigencias para
entrar en él. Le han preguntado sobre el Primer Mandamiento y sobre quién es el
Prójimo. Jesús lo expresa con un bello ejemplo, salido del corazón: profundo,
claro, sencillo…todos lo han podido entender y en él encierra la luz: “Anda y haz tú lo mismo”
I. El Deuteronomio, primera lectura, es uno
de los libros que más ha influido en la vida y en la teología del pueblo del A.
T. En el texto de hoy se nos dice que aquello que Dios quiere para su pueblo y para cada uno de nosotros es muy
fácil de entender, se pueda llevar a la práctica: porque lo bueno, lo hermoso,
lo justo, es algo que debe estar en nuestro corazón, debe nacer de nosotros
mismos. Y esa es la voluntad de Dios. La voluntad de
Dios, nada tiene que ver con un fundamentalismo irracional. Dios no nos obliga
a hacer cosas porque sí, porque Él sea Dios y nosotros criaturas, sino que
pretende conducirnos con libertad para ser liberados de una práctica social y
aún religiosa en la que hasta lo más hermoso se quiere determinar con una
norma.

II. La carta a los Colosenses nos presenta a Cristo como imagen de Dios, pero también es
criatura como nosotros. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace
accesible en Cristo Jesús. Y así, Él es el “primogénito de entre los muertos”,
lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a Él, criatura, Dios
lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la vida
que Él tiene. En el texto encontramos un “himno” de alabanza al “primado” de Cristo,
sobre todo: la naturaleza, la creación,
la Nueva Creación, en su resurrección sobre la muerte. Los cristianos sabemos
que nuestro acceso a Dios, está fundamentado en Cristo. Este canto es como un
grito necesario, porque hoy, más que nunca, debemos seguir afirmando que Cristo
es el “salvador” de toda la realidad, del hombre de su historia y de la
naturaleza y del mismo cosmos.
III. Y ahora el evangelio
del día: una de las narraciones más preciosas de todo
el Nuevo Testamento, que solamente ha podido salir de los labios de Jesús. El
escriba quiere asegurarse la vida eterna, la salvación, y quiere que Jesús le
puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello. Ya Jesús había
definido que la ley era amar a Dios y al prójimo en una misma experiencia de
amor (cf Mc 12,28ss). No es distinto el amor a Dios del amor al prójimo, aunque
Dios sea Dios y nosotros criaturas. Entonces ¿quién es mi prójimo, el que debo
amar en concreto? Aquí es donde la parábola toma su fuerza:
Dos personajes, sacerdote y levita, pasan de lejos cuando ven a un
hombre medio muerto. Quizás venían del oficio religioso, quizás no querían
contaminarse con alguien que podía estar muerto, ya que ellos habían ofrecido
un culto sagrado a Dios. Pero esa no podía ser la voluntad de Dios, sino
tradición añeja y cerrada, intereses de clase y de religión.
Entonces aparece un personaje, casi siniestro (estamos en
territorio judío), un samaritano, un hereje, un maldito de la ley. Éste no
tiene reparos, ni normas, ha visto a alguien que lo necesita y se dedica a
darle vida. Mi prójimo, piensa Jesús el inventor de la parábola, es quien me
necesita; pero más aún, lo importante no es saber
quién es mi prójimo, sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el samaritano, está describiendo a Dios mismo: Lo
cuida, lo cura, lo lleva a la posada y le asegura un futuro.
El buen samaritano
Pelegrín Clavé (1811–1880)
Óleo sobre tela (187,0*241,0 cm)
Una religión que deja al hombre en su muerte, no es una religión
verdadera (la del sacerdote y el levita); la religión verdadera es aquella que
da vida, como hace el Dios-samaritano.
Algunos Santos Padres vieron en el “samaritano” al mismo Dios, según ello,
cuando Jesús cuenta esta historia, quiere hablar de Dios, de su Dios.
Las consecuencias son extraordinarias, pues hemos de concluir que
nuestro Dios es como el “hereje” samaritano que no le importa ser quien rompa
las leyes de pureza o de culto religiosas con tal de mostrar amor a alguien que
lo necesita. La parábola no solamente hablaba de una solidaridad humana, sino
de la praxis del amor de Dios.
Terminemos orando:
Gracias, Padre, porque en Cristo, el buen samaritano, sales
siempre al encuentro del hombre maltrecho y caído. Tú no nos dejas nunca solos
en la noche oscura, sino que nos acoges en el hogar de tus manos de Padre. Tú,
Jesús nos enseñaste a no pasar de largo ignorando al hermano necesitado;
concédenos Señor, imitar tu compasión y tu misericordia para que, siendo
prójimos de todo hombre y mujer, nos entreguemos a la apasionante tarea de
amarte a ti y a los hermanos.
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.