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viernes, 11 de junio de 2021

DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO 13-VI-21. Mc. 4, 26-34.

 


Jesús habla a la multitud del Reino de Dios y del dinamismo de su crecimiento misterioso.

En el Evangelio de hoy Jesús nos presenta dos parábolas tomadas del mundo rural en las que muestra la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y nuestro compromiso con la historia

 1ª Parábola.- El Reino de Dios se compara en su crecimiento a una semilla que se lanza en el terreno, después germina, crece y produce el grano. Independientemente del cuidado que se haya tenido con la semilla, al finalizar la maduración, se recoge el fruto. He aquí el mensaje y la enseñanza que nos trae esta parábola: mediante la predicación y la acción de Jesús, el Reino de Dios es anunciado, se siembra e irrumpe en el campo del mundo, como la semilla, crece, se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios humanamente no descifrables. La semilla (Palabra de Dios) en su crecer y brotar dentro de la historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo que lleva adelante la vida cristiana de su  Pueblo. “Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos” A veces la historia, con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Nosotros, sin embargo, estamos llamados a vivir estos periodos como tiempo de prueba, de esperanza y actitud vigilante de la cosecha; aportando de nuestra parte todo lo que Dios nos pide, pero poniendo el resultado en las manos de Dios. De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los problemas personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordad esto: Dios siempre salva… Es el Salvador. 

  


2ª Parábola.- Jesús compara el Reino de Dios con un grano de mostaza, semilla muy pequeña, pero que se desarrolla de tal manera que se convierte en la más grande de todas las plantas del huerto, y así es en verdad el R. de D. una realidad pequeña e irrelevante en apariencia, pero con un crecimiento imprevisible y sorprendente. Dios con frecuencia nos da magníficas sorpresas y debemos estar dispuestos a acoger sus planes generosos, que van más allá de nuestras expectativas. Para ello es necesario un corazón bien dispuesto, que sintonice con la lógica de la imprevisibilidad de Dios. Aceptar ese proceder en nuestra vida nos llevará al agradecimiento con Dios y a la generosidad con nuestros hermanos. Para entrar a formar parte del Reino es necesario ser pobres de corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y trasforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que fermenta toda la masa del mundo y de la historia.  



Por eso hoy el Señor nos exhorta a una actitud de fe que supere la soberbia de nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones y nos haga entrar en el camino de Dios. El Señor, el Dios de las sorpresas, siempre nos impresiona y nos invita a abrirnos con más generosidad a sus planes, tanto en el plano personal como en el comunitario, en lo espiritual y en lo social. En nuestras comunidades es necesario pongamos atención en todo lo bueno que el Señor nos ofrece, dejándonos implicar en sus dinámicas de amor, de acogida y de misericordia hacia todos. La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la gratificación de los resultados, sino en la valentía que supone la confianza y la humildad en el abandono en Dios. Ir adelante fiándonos de Jesús con la fuerza del Espíritu es, a la vez, tener consciencia de ser pequeños instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia podemos cumplir grandes obras, haciendo progresar su Reino de «justicia, paz y gozo en el Espíritu» (Rm 14, 17).  

Que la Virgen María nos ayude a ser sencillos, a estar atentos, para colaborar con  fe y con trabajo en el desarrollo del Reino de Dios en las personas y en la historia. 

Antonio Aranda Calvo 


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