La celebración de la Pascua del Espíritu Santo es el momento culminante de la misión de Jesús: Él venció la muerte y, resucitado, subió al Cielo hasta la “derecha del Padre”; ahora hay que continuar la misma misión en nuestro mundo a través de su Iglesia. El mismo Jesús, resucitado, fue preparando a sus Apóstoles y primeros seguidores (la Iglesia) con delicadeza y gran interés para la misión que estamos celebrando; en esta solemnidad se nos ofrece un fuerte impulso hacia metas siempre nuevas y cada vez más atrayentes. El misterio del Espíritu Santo, inabarcable en toda su profundidad y grandeza, nos incita a continuar ahondando en él para vivirlo en alabanza y bendición incesantes al Padre y al Hijo, quienes nos lo envían.
En la Liturgia de esta Solemnidad, ayudados por la fe, se nos presenta una lluvia de imágenes que nos sirven para contemplar lo que llevamos dentro, como bautizados, y que nos es tan íntimo como nuestro propio ser: EL ESPÍRITU DE DIOS. Todas estas representaciones que APARECEN en la liturgia nos ayudan a penetrar hasta el núcleo de la realidad simplicísima del Espíritu Santo. Bien sabemos que a ese misterio, simple y uno en sí, sólo podemos llegar desde lo diverso y desde las imágenes, camino para intuir el misterio de Dios, Unidad en la Trinidad.
Veamos estas imágenes: la luz, el fuego, el calor; el agua; el aire, viento, brisa, aliento… todas ellas materiales, pero que tienen un significado que clarifican el misterio que celebramos: QUE ES EL ESPÍRITU.
- La luz, el fuego, el calor: El Espíritu Santo, igual que el fuego, dispone hogares de familia, luminosos y bien caldeados, con vocación de comunidad en la que ningún redimido permanezca a la intemperie. El corazón de esta brasa, está compuesto íntegramente de amor. La luz ilumina los corazones, el fuego da fuerza, nos impulsa a las buenas obras, nos caldea, como un sol que no conoce desgaste, ni ocaso.
- El agua, elemento tan presente en la naturaleza, sin el cual no hay vida, hace presente la fecundación de la tierra, con ella se restablece la vida…: El Espíritu Santo unifica a los creyentes, a semejanza de la magnitud del lago, que se forma como resultado de innumerables gotas. La energía unificadora del Espíritu, como la del agua, mueve, produce vida, apaga la sed, lava, riega, alegra con su rumor inimitable, embellece, descansa, proporciona vías para arribar a deseados puertos.
- El aire, el viento, la brisa: El Espíritu Santo, como el aire o el viento, se deja sentir de muchas maneras; no se le ve, es casi imperceptible, sutil, más leve que grave, a manera de brisa, claro, noble, inmenso; el aire es vehículo de la palabra. En circunstancias sopla con fuerza, levanta oleaje, transporta humedad saludable, arrastra las nubes y hasta las disipa. Es origen de fuerza invisible, mueve, aleja la atmósfera contaminada, prepara la tierra para la siembra, madura las cosechas, surca el firmamento, lo llena todo hasta lo más recóndito, aunque sea menos perceptible que los demás elementos.
El Espíritu esta expresado en todo lo dicho; en una palabra, lo que es el alma para nuestro cuerpo, es el Espíritu para el Cuerpo eclesial y para cada uno de los integrantes.
Oración al Espíritu Santo:
Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.
mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Amén.
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