UN DIOS COMPASIVO ANTE UN PUEBLO
INFIEL. Lo
que configuró al pueblo de Israel, fue la liberación de Egipto, y junto a
ello la experiencia de un Dios fiel: ¡Dios es
fiel y no se vuelve atrás!
La
historia de salvación no es otra cosa que el Amor inmenso de Dios hacia
nosotros a pesar de nosotros mismos. Él asumió el compromiso de amarnos sin
tener obligación a ello. Vivir nuestra historia humana a la luz de esta
historia nos abre a horizontes infinitos. No siempre Israel ha estado a la
altura de ese amor incondicional… como
en otro tiempo Israel no fue fiel, ni escuchó a Dios, ni expresó su
religiosidad (amor a Él y al prójimo) tampoco nosotros hemos sabido responder a
ese Amor en Cristo-Jesús. Por eso ni la deportación a Babilonia de Israel, ni
las desgracias que vivimos hoy, pueden ser consideradas como un castigo de un
Dios rencoroso, sino como la nostalgia
de un padre con el corazón herido, que desea experimentemos lo que significa
vivir al margen de Dios. A veces es necesario llegar hasta lo hondo del hoyo
para pedir el auxilio necesario. Israel vivirá deportado en Babilonia, pero
nunca será desterrado del corazón de Dios. Dios manifiesta su compasión por
caminos misteriosos; y con ello quiere ayudarnos a tomar conciencia. Valoramos a
las personas cuando las hemos perdido. Valoramos nuestra pertenencia a Dios
cuando hemos tocado nuestro fondo existencial y hemos sido golpeados por el
sinsentido. Dios siempre nos abre caminos de retorno.
Tanto
el mal como la gracia iluminan la inteligencia y el corazón en orden a un
compromiso, ya que estas dos realidades a las que el ser humano es permeable,
pueden hacer que vivamos en la hostilidad o en la misericordia. En sí mismos,
ni la creación, ni el ser humano son malos; Más bien toda realidad creada por
Dios es amable, reconciliable y redimible. Para quien en verdad ama, la
humanidad, vida, la misma realidad es una oportunidad. Quien ha sido rescatado
con amor, puede ver este mundo y las personas en clave de esperanza. Pero se da
un serio contraste: El mundo que Dios ama tanto, está seducido por el mal; es
lugar de dolor, sufrimiento, discordia e incomprensión. En él vamos de la
autosuficiencia a la impotencia, vivimos
la incoherencia moral y la fragmentación espiritual. Lo más grande de este
mundo que es la vida humana (desde su comienzo hasta su final), aparece
indiferente ante las violaciones a su dignidad; es un mundo competitivo que
crea desigualdades, acentúa el éxito de pocos y mantiene el fracaso a muchos;
es un mundo que vulnera la naturaleza, contamina el medioambiente y extingue
toda forma de vida. Sin embargo, “Dios, rico en misericordia, por el gran amor
con que nos amó” (Ef 2, 5), no ha perdido la esperanza en el mundo. Un mundo
que, cuando fue creado, “Dios vio que era bueno” (Gn 1), porque había sido
gestado con amor e ilusión, pero sobre todo, con esperanza. Dios ha amado y ama
un mundo que no es perfecto, pero en el que ha dejado huellas de su presencia
en medio de la historia. La Gracia toca lo profundo del corazón humano
haciéndolo permeable al corazón del Padre para que cada cristiano “tenga los
mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cf. Flp 2, 5) y “pueda realizar aquellas
buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos” (Ef
2,10). En Cristo y en cada persona cristiana, la misericordia hace “visible y
tangible” el amor de Dios. Nuestra historia es historia de gracia y salvación
Este mundo ha sido abrazado por el amor de Dios.
Cada vez que los seres humanos crean espacios de diálogo, encuentro
y colaboración hacen presente el Plan de Dios. Cuando se vive la caridad
solidaria, se dignifica al prójimo. Cuando se perdona de corazón, se gestan
estructuras de reconciliación. Cuando se defienden los derechos humanos, se
reafirma la dignidad humana y la fraternidad universal. A este mundo seducido
por el mal pero abrazado por un amor misericordioso, Dios “entregó a su Hijo
único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn
3, 16).
Antonio Aranda Calvo.
Sacerdote.
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