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viernes, 12 de marzo de 2021

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA 14-III-2021

 


“Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo Único”

 

UN DIOS COMPASIVO ANTE UN PUEBLO INFIEL. Lo que configuró al pueblo de Israel, fue la liberación de Egipto, y junto a ello  la experiencia de un Dios fiel: ¡Dios es fiel y no se vuelve atrás!   

La historia de salvación no es otra cosa que el Amor inmenso de Dios hacia nosotros a pesar de nosotros mismos. Él asumió el compromiso de amarnos sin tener obligación a ello. Vivir nuestra historia humana a la luz de esta historia nos abre a horizontes infinitos. No siempre Israel ha estado a la altura de ese amor  incondicional… como en otro tiempo Israel no fue fiel, ni escuchó a Dios, ni expresó su religiosidad (amor a Él y al prójimo) tampoco nosotros hemos sabido responder a ese Amor en Cristo-Jesús. Por eso ni la deportación a Babilonia de Israel, ni las desgracias que vivimos hoy, pueden ser consideradas como un castigo de un Dios rencoroso, sino  como la nostalgia de un padre con el corazón herido, que desea experimentemos lo que significa vivir al margen de Dios. A veces es necesario llegar hasta lo hondo del hoyo para pedir el auxilio necesario. Israel vivirá deportado en Babilonia, pero nunca será desterrado del corazón de Dios. Dios manifiesta su compasión por caminos misteriosos; y con ello quiere ayudarnos a tomar conciencia. Valoramos a las personas cuando las hemos perdido. Valoramos nuestra pertenencia a Dios cuando hemos tocado nuestro fondo existencial y hemos sido golpeados por el sinsentido. Dios siempre nos abre caminos de retorno. 

 


Moisés y la serpiente de bronce
Ilustración del libro de las Horas de Enrique II de Francia
(Biblioteca Nacional Francesa)

 

UN DIOS QUE AMA Y SALVA AL MUNDO.

 


San Juan (El Greco)
Evangelio según San Juan (3,14-21). 
(Visita de Jesús a Nicodemo (3,1-21))

  Desde la perspectiva de Juan, el mundo puede ser pensado de dos formas: como ámbito de la acción del mal o como espacio de salvación. Lo primero nos invita a pensar sobre el lugar que el mal y sus formas de expresión (indiferencia, rencor, desesperanza) ocupan en nuestra vida. Lo segundo, a pensar sobre el lugar que la gracia y sus formas de expresión (amor, reconciliación, solidaridad) ocupan en nosotros. En consecuencia, el “mundo” no se hace solo, se hace con cada decisión personal y comunitaria que tomamos. El mundo es bueno en sí, pero nosotros lo podemos hacer un campo de batalla.   

Tanto el mal como la gracia iluminan la inteligencia y el corazón en orden a un compromiso, ya que estas dos realidades a las que el ser humano es permeable, pueden hacer que vivamos en la hostilidad o en la misericordia. En sí mismos, ni la creación, ni el ser humano son malos; Más bien toda realidad creada por Dios es amable, reconciliable y redimible. Para quien en verdad ama, la humanidad, vida, la misma realidad es una oportunidad. Quien ha sido rescatado con amor, puede ver este mundo y las personas en clave de esperanza. Pero se da un serio contraste: El mundo que Dios ama tanto, está seducido por el mal; es lugar de dolor, sufrimiento, discordia e incomprensión. En él vamos de la autosuficiencia  a la impotencia, vivimos la incoherencia moral y la fragmentación espiritual. Lo más grande de este mundo que es la vida humana (desde su comienzo hasta su final), aparece indiferente ante las violaciones a su dignidad; es un mundo competitivo que crea desigualdades, acentúa el éxito de pocos y mantiene el fracaso a muchos; es un mundo que vulnera la naturaleza, contamina el medioambiente y extingue toda forma de vida. Sin embargo, “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó” (Ef 2, 5), no ha perdido la esperanza en el mundo. Un mundo que, cuando fue creado, “Dios vio que era bueno” (Gn 1), porque había sido gestado con amor e ilusión, pero sobre todo, con esperanza. Dios ha amado y ama un mundo que no es perfecto, pero en el que ha dejado huellas de su presencia en medio de la historia. La Gracia toca lo profundo del corazón humano haciéndolo permeable al corazón del Padre para que cada cristiano “tenga los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cf. Flp 2, 5) y “pueda realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos” (Ef 2,10). En Cristo y en cada persona cristiana, la misericordia hace “visible y tangible” el amor de Dios. Nuestra historia es historia de gracia y salvación Este mundo ha sido abrazado por el amor de Dios.    

Cada vez que los seres humanos crean espacios de diálogo, encuentro y colaboración hacen presente el Plan de Dios. Cuando se vive la caridad solidaria, se dignifica al prójimo. Cuando se perdona de corazón, se gestan estructuras de reconciliación. Cuando se defienden los derechos humanos, se reafirma la dignidad humana y la fraternidad universal. A este mundo seducido por el mal pero abrazado por un amor misericordioso, Dios “entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16).               

 

 Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.   

 

 


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