Este
segundo Domingo de Cuaresma nos muestra la llamada del Señor a través del
Salmo, que hemos repetido: llamada a “caminar en presencia del Señor”; esto es
lo que hizo Abrahán, lo que Pablo nos deja escrito en la Carta a los Romanos y
lo que Jesús mismo desea cuando aparece transfigurado en el Monte Tabor.
Abrahán, que es modelo para nosotros los cristianos, por su fe
plena y la confianza absoluta que muestra en Dios, está dispuesto a todo y lo da todo lo
que Él le pide (su hijo, su único hijo al que tanto ama) Tal disposición merece
del mismo Dios la bendición, la amistad, la promesa de que ya comenzaba a
disfrutar; así le dice: “Por haber hecho eso, por no haberte reservado tu
hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como
las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Todos los pueblos del
mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido”. Como desde
el comienzo, ante Adán y Eva, y hoy, también, ante nosotros, Dios quiere la
obediencia: lo que nos enseñó Jesús con su vida y su oración “Hágase tu
voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Pero junto de la actitud de
Abrahán, el pasaje nos invita a contemplar a Isaac como la figura de Jesús, que
se nos anticipa; el Isaac que camina cargado hacia la cumbre del Monte Moria y
nuestro Jesús caminando con la Cruz hacia el Calvario… (<La Imagen de Ntro.
P. Jesús, bien nos lo muestra)…Jesús, el Hijo Amado del Padre, cargando con la
Cruz, camina para su sacrificio, por obediencia al Padre, es preanunciado en
esta escena; pero aún más, Jesús supera en mucho el símbolo, pues mientras que
Isaac es rescatado por el “cordero”, Cristo, Nuestro Señor, será ese Cordero
Inmaculado que padecerá el Sacrificio por nosotros sus hermanos, para gloria y
honra del Padre. En esta Cuaresma caminemos en presencia del Señor, para llegar
a la meta de nuestra realización plena, como hijos de Dios.
Y ahora el EVANGELIO
completa lo dicho: Contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y
Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor»): «Se transfiguró
delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» Anuncio de lo que hemos de vivir, porque
después de ser sacrificado «destruirá la muerte e irradiará la vida
incorruptible» Su rostro, sus vestidos, su persona brillará como luz
esplendorosa.
La Transfiguración
Rafael Sanzio (1517 – 1520)
Temple y óleo sobre madera (405 cm × 278 cm)
Museos Vaticanos, Ciudad del Vaticano
Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal
acojamos este estallido de sol y de luz que nos proporciona el rostro, los
vestidos, la realidad misma de Jesús. Son un maravilloso icono o imagen de la humanidad redimida, que ya no
se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad
comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno
siente cuando se deja invadir por la gracia divina.
El Espíritu Santo transfigura también los
sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del
Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos
transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que
se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para
los que estamos acostumbrados al grisáceo de la mediocridad y a lo oscuro de la
epidemia que padecemos. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de
ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en la vida misma, en el
hombre liberado por Dios, y en Aquel que resucitó de entre los muertos y pone
en nuestro horizonte la tierra nueva y el cielo nuevo.
La vida cristiana está en configurarnos cada vez más con el Maestro, en que a base de mirarle y contemplarle, tratar amistosamente con Él, casi respiremos sus propios sentimientos y llevemos a la práctica sus enseñanzas, escuchando la voz del cielo que en el monte santo, desde la sagrada nube decía: “Este es mi Hijo amado escuchadlo”. Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "tras-figuración" en su Hijo Jesucristo.
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote
Nota: A
continuación encontraréis, a modo de epílogo, una presentación del lugar
histórico, según la tradición, donde se sitúan los hechos narrados en los
Evangelios: “El Monte Tabor”. Esta parte se
debe a Don Miguel Mesa Molinos, colaborador valioso en este Blog, a quien damos
las gracias.
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