El Evangelio que acaba de ser proclamado y que encontramos en Mateo 25, 14-30, subraya la necesidad de la colaboración humana, de cada uno de nosotros, al Plan de Dios y la responsabilidad ante Él, que nos lo ofrece. La Parábola podría enseñarnos:
· Que debemos ser activos en la espera del
Señor; si obramos así: El Señor nos felicitará, y se sentirá muy alegre y feliz
con nosotros.
· Nos invitará a su fiesta, al Gran
Banquete de su Reino y nos dará “cargos mayores”: “Venid benditos de mi
Padre…”
El hombre de la Parábola con estilo de comerciante, pero que en el fondo deseaba hacer el bien a aquellos criados, era Jesucristo, el cual vendrá al fin de los tiempos como Señor y Juez de la Historia.
Óleo sobre lienzo.
Autor: Willem de Poorter
Galería Nacional de Praga (República Checa)
Estamos para terminar el Año Litúrgico, el próximo domingo es ya Cristo Rey, el siguiente, último de noviembre, será Adviento. En la liturgia de estos domingos se nos llama a prepararnos a la venida del Señor “… que no nos sorprenda como un ladrón, pues todos somos hijos de la luz, hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas… así pues estemos en vela y vivamos sobriamente” (2ª Lectura I Tesal. 5, 1-6) Sólo entonces podremos recibir el premio del Reino y las alabanzas al modo de la mujer de los Proverbios 31, 10-13. 19, 20. 30-31, “a la que deben alabar por el éxito de su trabajo” y por la generosidad con los demás, en especial con los pobres.
Los dos primeros servidores, cada uno en sus
posibilidades concretas, cumplen perfectamente y se llevan su premio, ellos muestran una relación
de confianza y fe con su Señor tal que les estimula a obrar el bien y hasta se vislumbra una conciencia tranquila
y en paz, que les hace felices; la mujer de los Proverbios y el hombre del
Salmo pueden ser personalización de ambos… en el fondo será el “temor de Dios,”
que es y significa fidelidad, lo que
hace a aquellos siervos agradables a su Señor y al fin de cuentas EL AMOR, pues
sin él nada es posible..
El tercero, designado como malo y perezoso, es desposeído, aún de lo poco que tiene y será condenado; en verdad lo más grave del “siervo holgazán” es la desconfianza y el miedo hacia su Señor, tanto que le paraliza, se desentiende “del Amo” y de sus cosas y por ello pierde aquel regalo-don, que gratuitamente le había entregado… su propia conciencia le recrimina porque en realidad es él quien se condena a sí mismo. El ajuste de cuentas al final de la Parábola, nos revela a un Señor que valora y premia, no tanto la cantidad como la generosidad y entrega de cada siervo. Y es la confianza del siervo en su Señor lo que le lleva a arriesgarlo todo y a ser agradable a su Señor.
¿Pretende Jesús infundir miedo o angustia ante lo que se acerca, su
Venida Gloriosa? NO. Porque 1º es su Triunfo y vendrá en gloria y majestad; 2º
porque nos encontraremos con Él y se efectuará nuestra liberación definitiva,
llegaremos a nuestra plenitud ¿Cómo vamos a temer ese momento? Por el contrario, quiere el Señor * que tomemos conciencia del momento, porque cada día nos acerca más a Él, * que con gozo y viva esperanza nos preparemos a ello; * Afiancemos nuestra responsabilidad en el desarrollo de la sociedad de la
que formamos parte, vayamos construyendo la historia con los valores humanos
que Dios puso en nuestra naturaleza y, ante todo, edifiquémosla junto a los hermanos.
¡Atentos y vigilantes! ¿Cómo? Haciendo fructificar todo lo que recibimos de Dios, Creador y Señor de la Historia, lo que tenemos y somos como fruto de la actividad humana, lo recibido de los que nos precedieron, porque al fin, todo es don, todo es regalo… La vida es dádiva y gratuidad, a lo que hemos de corresponder. Para los que dicen “mi vida es mía y hago con ella lo que quiero”… “mi cuerpo es mío y hago lo que quiero”, están manifestando el egoísmo más atroz y por ello una actitud inhumana. Lo propio de hombre es recibir y dar, compartir con el otro para edificarnos juntos en plenitud.
Pero también hemos de ser activos en la Historia de la Salvación; entramos la Vida por el Bautismo (el don de la Vida aún recibida “inconscientemente”) y desde él, hemos de hacer fructificar las semillas de la fe, esperanza y caridad, el gran don de hijos de Dios haciendo partícipes a los hermanos.
PARA NUESTRO EXAMEN:
1. « ¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Cor 4,7): ¿Vivo para dar a los demás, o en cambio, el egoísmo me encierra en mí mismo?
2. «Si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, no puede dar fruto» (Jn 12,24). ¿La generosidad mueve mi corazón? ¿Qué
lo mueve entonces?
3. «El amor sólo con amor se paga» (san
Juan de la Cruz). ¿Cómo devuelvo a Dios, a través de los hermanos, el amor que
me regala?
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.
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