“Cristo Rey de nuestros corazones”
Último domingo del año litúrgico, Los Domingos anteriores nos han ido preparando a recibir, bien dispuestos, a Cristo Rey del Universo, de nuestras vidas y de nuestra historia. En él podemos destacar:
- El Evangelio nos recuerda el momento de la segunda venida del Señor. Separará a los buenos de los malos, y dirá a los buenos: "Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber..." A los malos arrojará a las tinieblas, porque tuvo hambre y no le dieron de comer... Y se entiende el dar de comer y beber no al Cristo físico que ya no está en cuerpo pasible entre nosotros, sino a las personas necesitadas, que son los hijos de Dios.
- Presenta como verdadera señal de salvación: el compartir y trabajar en favor de nuestros hermanos, nuestros prójimos: en concreto las obras de misericordia; APLICÁNDOLO TODO ELLO A NUESTRO MUNDO DE HOY. La actitud es salir de sí mismo para hacer cuanto se pueda en favor del que lo necesita, en cualquier circunstancia en la que podamos actuar. Tener misericordia con el que sufre; consolar, acoger, tratar con respeto, compasión, amabilidad y hasta con ternura a los que carecen de ello.
- Otro signo de salvación es lo que nos dijo Jesús: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna y yo le resucitaré en el último día". También a esto hemos de prepararnos, valorar el Misterio de la Santa Misa, la Presencia Real de Cristo en el Sagrario. Vayamos a comulgar siempre muy conscientes de lo que hacemos. Sin rutina.
Por otra parte, este domingo, nos abre muy de lleno a una dimensión
salvífica de la historia de la humanidad, historia que no es simplemente
producir cosas, aunque sean los mejores valores culturales, sino que más allá
de ello estamos llamados a transformar el mundo para que un día, Cristo, quien
ha dado su vida por todos, pueda presentarlo redimido y liberado de todo lo que
es oprobio e ignominia. Los cristianos confesamos que nosotros, la humanidad
sola, no puede hacer una historia hermosa y liberadora y que solo Cristo es nuestra esperanza.
La 1ª lectura es una llamada a esa esperanza, con la que todo puede cambiar y todo
cambiará pues el Dios de Israel ama
entrañablemente a su pueblo. El profeta Ezequiel presenta la alternativa a los
dirigentes de su pueblo… el Señor será un pastor de verdad; un pastor que
buscará a sus ovejas, las cuidará, las curará si es necesario. El Señor de
Israel no es un rey sin corazón, como los que hasta ahora condujeron al pueblo,
sino quien sabe entregar su vida.
En la 2ª lectura, Pablo establece una comparativa entre Adán y Cristo, para poner de manifiesto que si por ser descendientes de Adán vamos a la muerte, el creer en Cristo nos introduce en la dinámica de la vida verdadera. No hemos nacido para la muerte, sino para la vida. Dios, en Cristo como primicia, nos ha revelado que su creación es tan positiva, que no caeremos nunca en la nada, aunque tengamos que pasar por la muerte; ella nos lleva, a la vida que el Creador nos regala.
El Evangelio de hoy, se conoce como el “juicio de las naciones”, está en conexión con la primera lectura, pero ahora, aquél pastor pasa a ser rey de las naciones, y va a juzgar al modo de los reyes (“trono de gloria”)… pero el “reinado de Dios”, clave del mensaje de Jesús, no se expresa en monarquías, ni sistemas políticos determinados, sino en un planteamiento válido para todos… universal en una dimensión cósmica, colectiva, de la acción del Señor. Todo el mundo, toda la historia, pues, están bajo la acción salvadora y redentora del Señor y no sólo Israel o ahora los cristianos, como así lo había manifestado en otras ocasiones. Es verdad que el relato tiende a una interpretación de carácter “filantrópico” y de solidaridad con ningún elemento “religioso”. Algunos no estarían de acuerdo porque esto plantea o justifica un seguimiento de Jesús casi “sin religión” o que cualquier hombre o mujer sin fe, están llamados a la salvación, simplemente por solidaridad con sus hermanos. En realidad el texto dice lo que dice y eso es lo que enseña. Es verdad que esos “hermanos míos pequeños” son los seguidores de Jesús que sufren y son perseguidos… pero también son todos los hombres y mujeres que sufren. Y eso significa que la religión del “reinado de Dios” es universal, y en ella caben aquellos que aún sin pertenecer a una estructura religiosa confesional pueden hacer posible lo que el Reino de Dios pretende, hacer de este mundo un “reinado de vida” por la justicia y la paz. Jesús comienza algo radicalmente nuevo, desde su continuidad-discontinuidad con la religión de Israel.
Tendríamos que ver aquí una afirmación rotunda y atrevida: todos los hombres, sean creyentes o no, pueden entrar en el proyecto salvífico de Cristo. Y la pregunta podría ser, ¿qué criterios pueden servir para los que no creen en Dios ni en Cristo? Pues el mismo criterio que para los cristianos y creyentes: el amor y la misericordia con los hermanos. Ese es el único criterio divino y evangélico de salvación y de felicidad futura: la caridad y la ayuda a los pobres, a los hambrientos y a los desheredados. Cristo, es el rey de la historia y del universo, porque su justicia es la aspiración de todos los corazones.
Nota: A continuación encontraréis, a modo de
epílogo, una descripción del mural que cubre la cabecera plana del ábside o
trasaltar mayor y presbiterio, en la iglesia de Cristo-Rey, de Jaén. Esta parte
se debe a Don Miguel Mesa Molinos, colaborador valioso en este Blog, a quien
damos las gracias.
Del Boletín del Instituto de Estudios
Giennenses de fecha julio/diciembre 2006 nº 194, entresaco del artículo que
figura con el título: Francisco Baños Martos, pintor sublime de Linares, lo
siguiente: “… Francisco Baños ha
preferido los soportes abiertos, los amplios paramentos y el coloquio espacial,
donde nadan las teologías, como en los muros románicos, o surgen sus
iconografías como en un nuevo mundo.
CABECERA PLANA
DEL ÁBSIDE O TRASALTAR MAYOR Y PRESBITERIO, EN LA IGLESIA DE CRISTO-REY, DE
JAÉN.
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