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viernes, 6 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII, Día 8 de noviembre 2020

 

“NO DEJES PASAR DE LARGO AL SEÑOR”

LA SABIDURÍA:


“Abrirnos a la Sabiduría” La liturgia de este domingo, intenta marcar lo que es la apertura al último destino del hombre y de la vida. La sabiduría, que es la esencia de lo bueno, de la felicidad, de lo ético y estético, nos descubre en la vida su hermosura, más allá de nuestra finitud y de la muerte. Nos muestra hacia dónde vamos. Ser sabio, en la Biblia, no es saber muchas cosas; es descubrir la dimensión más profunda de nosotros mismos y de Dios. La Sabiduría es lo que tuvo Salomón para conducir a su pueblo, lo que transmite Dios a su pueblo para llevarlo a plenitud, a la verdadera Felicidad, expresada de un modo práctico en los mandamientos. Pero, ¿dónde está esa sabiduría? Evidente: en Dios, el autor de la vida y de lo que somos. La Sabiduría nos habla de la acción de Dios que sale siempre al encuentro del hombre. Sin Dios, el ser humano no encontrará su verdadero destino. Sin Dios que es la Sabiduría, no aprenderemos a vivir con esperanza, ni a ser felices con aquello que merece la pena, ni a superar los traumas que nos rodean, ni a esperar siempre un minuto, una hora, un día, una eternidad mejor para todos. Tener sabiduría, en definitiva, es descubrir constantemente lo que nunca muere; aspirar a ello como lo más normal de la vida y así vivir en la verdadera sabiduría divina.


TESALONICENSES: “Nuestro destino, la Vida Eterna”. San Pablo en su carta Iª a los Tesalonicenses establece analogía, entre la felicidad y el gozo de Dios mismo con la suerte de los que habían muerto y qué sería de ellos cuando llegara el fin del mundo. Timoteo plantea a Pablo si los muertos resucitarán para gozar de esta felicidad y Pablo lo afirma como "palabra de Dios", independientemente del momento en que llegue esa resurrección para el goce de Dios. Es lógico pensar que en el texto esta " trasformación-resurrección" se contempla desde la perspectiva del "final de los tiempos" o de este mundo. El fin del mundo y la venida del Señor, expresada con tintes apocalípticos, será como un proceso, que se va consumando misteriosamente en esta historia; que por una parte va muriendo y por otra evoluciona hacia un mundo mejor y más hermoso en medio de acontecimientos críticos, de ciclos desconcertantes, para volver a resurgir en la esperanza y la luz. Jesús, pues, había afrontado la cuestión desde esa clave de la sabiduría que descubre en nosotros lo que nunca muere. 


EL EVANGELIO:


Las vírgenes sabias y las vírgenes necias (1838-1842) 
Städel Institute, Fráncfort del Meno. 
Autor: Friedrich Wilhelm von Schadow 

“La actitud frente a la felicidad eterna” Hemos escuchado la Parábola del Evangelio. La narración está llena de simbolismos. Se habla de “diez”, es parábola de carácter comunitario, e incluso la boda, es útil para enmarcar el punto final: la llegada o venida del esposo. Sin esposo no hay boda, ni lamento, ni gozo: las vírgenes, quiere decir simplemente "no casadas" pero que también un día serán desposadas. Entre tanto, acompañan a su amiga a lo más importante de su vida pero, sin el esposo, nada tiene sentido. El aceite era el signo de las buenas obras, así como de la alegría de la acogida e incluso de la unción mesiánica (Sal 45,8; 89,21). 

Jesús, se vale de este marco para hablar de algo trascendental: nuestra espera y nuestra esperanza… como cuando la novia está ardiendo de amor por la llegada de su amado, del esposo. Pero los protagonistas todavía no son ni el novio ni la novia, más bien las doncellas que acompañaban para este momento; ellas se gozaban con este acontecimiento, como si ellas mismas estuvieran implicadas. Aquí estamos representados nosotros, que caminamos hacia Él; pero para este acontecimiento de amor y de gracia hemos de estar preparados, o lo que es lo mismo, estar abiertos a la sabiduría; el júbilo que se respiraba en una boda como la que Jesús describe es lo propio de algo que alcanza su cenit en la venida del esposo.

 LA VUELTA DE JESÚS, SU VENIDA FINAL.

   Jesús, en la parábola, se está refiriendo al destino decisivo y trascendental de la vida de todo hombre, de cada uno de nosotros. Estamos invitados a participar en el banquete del reino, es decir, a correalizar la felicidad misma de Dios. Las diez vírgenes son representación de la comunidad cristiana. ¿Habría aceite en las lámparas para ese momento? En definitiva ¿habría sabiduría? Recordemos la primera lectura. Esta es una parábola de "crisis", no para atemorizar; sino para mantener abierta la esperanza a esa dimensión de la vida: el Gozo con el Señor. Entonces, ¿qué significa el fin del mundo? Lo importante es estar preparados para la venida del esposo, el personaje que se hace esperar. Se habla de una "presencia"  ante los que esperan. Por tanto, es cuestión de entender cómo nos enfrentamos a lo más importante de nuestra vida: la muerte y la eternidad: ¿con sabiduría? ¿con alegría? ¿con aceite, con luz? ¿con esperanza? Este mundo puede ser "casi" eterno, pero nosotros aquí no lo seremos. Estamos llamados a una "presencia de Dios" (parusía) y eso es como unas bodas: debemos anhelar amorosamente ese momento o de lo contrario seremos unos necios y no podremos entender esos desposorios de amor eterno, de felicidad sin límites.   



Las jóvenes del cortejo se olvidaron de adquirir el aceite. Y el hombre moderno ha incurrido también en la pérdida de lo verdaderamente sustancial e importante, de su destino infinito y eterno. Ha perdido aquello que es lo mejor de sí mismo, lo más suyo de lo suyo, su vocación trascendente. Está dormido como las doncellas de la parábola, mientras el esposo, el sentido pleno de la vida, está aconteciendo. Muchos cristianos han adormecido terriblemente su fe. Han oxidado su vida creyente. No tienen aceite, consistencia, en sus vidas. Viven el colmo de la insensatez, una existencia grotesca, pues no llevan el vestido de bodas y viven una temporalidad fugaz y torpe. Dios les podría ya decir “no os conozco”. Porque no son imagen de Dios, al contrario, deformación de Dios y de lo eterno. Dios no quisiera nunca proclamar aquello de “apartaos de mí”, pero somos nosotros los que de hecho vivimos apartados. Somos irreconocibles. La puerta del banquete se está cerrando porque somos nosotros quienes la cierran. Y nosotros los que causamos aquello de “no os conozco”. 


El fenómeno más triste de la vida es el endurecimiento del corazón. “Cerrarse la puerta”, hacer posible el “no os conozco”, escuchar “apartaos de mí”, perder la fe y la esperanza, es lo más desafortunado de la vida del hombre. Dios nos ama. Hemos caído en gracia a Dios. Y nadie puede sustituir nuestra presencia y responsabilidad. No puedo recibir de otros mi personal relación con Dios. No me salva el otro. Soy insustituible en mi presencia ante Dios. Dios nos ama y nosotros tenemos que amar personalmente a Dios. Amar de verdad: esta es la vida eterna. 


“Este es el tiempo en que llegas, Esposo, tan de repente, que invitas a los que velan y olvidas a los que duermen. Salen cantando a tu encuentro doncellas con ramos verdes y lámparas que guardaron copioso y claro el aceite. ¡Cómo golpean las necias las puertas de tu banquete! ¡Y cómo lloran a oscuras los ojos que no han de verte! Mira que estamos alerta, Esposo, por si vinieres, y está el corazón velando, mientras los ojos se duermen. Danos un puesto a tu mesa, Amor que a la noche vienes, antes que la noche acabe y que la puerta se cierre. Amén” 


Antonio Aranda Calvo. Sacerdote diocesano.

 

 


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