Ojos profundos que miran al vacío,
tras los cuales se esconde la vida
que pasó…
Ojos tristes de mirada dolorida, sin fin,
que a la vez rezuman la pasión del amor
agradecido…
Ojos cansados, testimonios permanentes
de la inquietud y el fallo del momento
frente al pasado…
Ojos que engendran ternura, compasión
por saber que sufren y que siempre desean
el final.
Manos débiles y de piel arrugada,
un poco vacías de carne, sin fuerzas,
y antes tan fuertes…
Manos que tanto dieron e hicieron,
manos llenas, trabajadoras, suaves,
y a veces tan dulces…
Manos hábiles, firmes y seguras,
que asidos a ellas estabas a salvo,
y ahora temblorosas…
Manos cual brotes tempranos de olivo,
cargadas de frutos copiosos y ricos,
ahora tan secas.
Ojos y manos de anciano, historia viva
de un tiempo y un espacio, irrepetibles,
de unos hombres y mujeres que amaron,
a la vez que sufrieron el dolor y lo lloraron.
Historia viva la de los ojos y las manos,
del que se sienta en el sillón, silencioso,
y hunde en el pecho enjuto la cabeza blanca…
del anciano.
Ojos y manos del anciano, testigos de la vida,
Dignos de escucha y comprensión.
Mensajeros del corazón.
Antonio Aranda Calvo
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