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sábado, 23 de mayo de 2020

A UNA FLOR AZUL

  

“Coge una flor en tus manos y espera un buen deseo”


Entre las hierbas secas de un jardín abandonado,
surgió una flor: era pequeña y azul,
casi escondida, pero era ella…sin igual;
parecía sola, extraña, distante, pero ¡no! era ella…
atraía las miradas de los otros;
hacía que sonaran trinos y cantos;
embellecía el  suelo yerto; era sencilla y humilde,
una sola…

Los hombres la miraban, los pajotes secos
la adoraban… era su reina…
recuerdo de pasados esplendores.

La flor azul daba sentido a todo aquel espacio,
hasta pudieras ser que por la flor siguiera allí
el prado seco y las casas ruinosas, la rica y la pobre,
y la cerca caída… pues sin ella todo hubiera muerto,
¿para qué, sin la flor, tanta tristeza?
Era una flor azul.

Por las noches la luna, agradecida,
derramaba en ella su esplendor;
el sol, durante el día, calentaba su cuerpo
y una estrella, del infinito cielo, se fijó en ella,
así la flor se hacía más guapa y más bella.

Y era una flor, sólo una flor…eso sí, azul y sola,
en medio de un chal amarillento,
con deformes esquinas y flecos mal cortados.

Pero ¡qué bonita era la flor!
parecía al niño, que en la cuna mueve las manos y mira,
y su cuerpo se va por la mirada, hablando su canción.

¡Qué bonita era la flor y qué azul tenía la flor!
Parecía inmaculada como el cielo,
vivaracha como niña, vestida de encajes de bolillos,
con puntillas bordadas y cenefas de punto…
pero de color azul.

¡Cuánto decía a quienes pasaban por el camino cercano
hacia el hogar!

Aquella solitaria flor hablaba de vida, de esperanza y amor;
ofrecía  sus olores, su presencia, su corola,
suplicaba compañía, una mirada, un adiós…
a todos decía algo, aquella flor.

¡Cuantas cosas puede decir una flor!
En el mundo, nuestro mundo, existe esta flor;
la llamamos de muchas formas,
parece débil y delicada, pero seduce…
está llena de color, de esperanza, de fe y de AMOR.

En la vida, siempre hay una flor;
ya sea, acompañada de enjambres de macetas,
o solitaria y cercada de espinas,
en los rosales, entre hierbabuena o toronjil,
con alelíes, clavellinas o margaritas,
o claveles o azucenas… flores al fin,
que no hay mundo sin flores mil.

La nuestra que era azul, estaba sola,
rodeada de pajotes, ya lo dije,
y poco más…
pero atraía la mirada de las gente
por sólo su presencia;
atraía al sol, a la luna y a las estrellas,
de modo que concentraba en sí mucha belleza,
tan preciosa era…

No hubo nadie que la arrancara de su sitio,
aunque estoy seguro, que otra hubiera nacido en su lugar.


Antonio Aranda Calvo.


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