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viernes, 1 de abril de 2022

V DOMINGO DE CUARESMA, 3 DE ABRIL DE 2022

 


“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”

 

LECTURAS: Isaías 43,16-21; Salmo 125: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Filipenses 3,8-14. Evangelio de San Juan 8, 1-11. 

 

Antes de entrar en la Semana de la Redención, este domingo pone ante nuestros ojos el proyecto inaudito e irrepetible de nuestra Salvación y que se va a realizar en la Muerte y Resurrección de Cristo, así nos predispone a vivirlo. Encontraremos los tonos más íntimos  de ese proyecto por el que quiere renovar todas las cosas y perdonar hasta el fondo del ser, sin otra contrapartida que nuestra disponibilidad. 

 

Isaías recuerda la liberación de Israel. No hay cosa más grande para ese pueblo que revivir la actuación de Dios con ellos. Pues bien, lo que Dios va a hacer por nosotros, por la humanidad y por la historia… será inmensamente más. Y este Dios cumple lo que promete. Cuando los cristianos recordamos la intervención de Dios en la historia de Jesús y especialmente su muerte y resurrección, vemos cómo Dios no se ha dormido, sino que siempre está dando vida donde los hombres sembramos esclavitud o tragedias. 

 

Después Pablo, en un texto muy valioso, nos dice  que haber “conocido” a Cristo es haber experimentado la fuerza del amor de Dios. Y conocer es más que el conocimiento intelectual… es experiencia de Dios, entrega y donación a Él; algo como la misma experiencia del amor entre hombre y mujer. Pablo en Cristo ha sentido la verdadera liberación de todo lo que mata y esclaviza en este mundo. 

 

Y llegamos al Evangelio: El pasaje de la mujer adúltera  es una pieza maestra de la vida de Jesús; en el A.T. el Levítico dice: “si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte” (Lv 20,10); y el Deuteronomio, exige: “los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos” (Dt 22,24). Esta era la Ley. Está claro que Dios esto no lo ha exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso tales castigos como exigencias morales. Lógicamente Jesús no puede estar de acuerdo con la lapidación y la muerte; ni con que el ser más débil tenga que pagar públicamente. La actuación de Jesús pone en evidencia una religión y una moral sin corazón y sin entrañas. A Jesús le indigna la “dureza” de corazón de los fuertes, que se oculta en el puritanismo de una ley tan injusta como inhumana. 

 


 

Cristo y la mujer adúltera
MORELLI, DOMENICO
1869. Óleo sobre lienzo, 56 x 46 cm
Depósito en otra institución
Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

 

¿Dónde estaba el compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí;  pero para Dios, y así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer la vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los poderosos de este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y castigar. Pero el Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su misericordia. Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la misericordia y en el amor consumado. 

 

Aquella mujer había perdido su dignidad y la acusan; a Jesús solo  le importa devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios siempre con sus hijos. Dios es liberador para cada uno de nosotros y en nuestra situación concreta… de nada valdría proclamar las actuaciones de Dios, la liberación de Egipto… si ahora no se apiada y escucha los clamores y penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin misericordia. Jesús, pues, es el mejor intérprete del Dios de la liberación. 

 

 “El que esté libre de pecado tire la primera piedra”… no todos aquellos serían adúlteros, ciertamente, pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si todos somos pecadores, ¿por qué no somos más humanos al juzgar a los demás? No es una cuestión de que hay pecados grandes y pequeños. Esto es verdad. Pero los grandes pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios  exige la muerte. Por tanto deberíamos pensar que toda religión que impone la pena de muerte ante los pecados… deja de ser verdadera religión  porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. 

 

Antonio Aranda Calvo. Sacerdote. 

 

 

 

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