`[LECTURAS: Isaías 6, 1-2. 3-8; Salmo 137 “Delante de los Ángeles tañeré para ti, Señor”. Iª Corintios 15, 1-11; Lucas 5,1-11.]
(Después de un paréntesis, desde la Epifanía del Señor 6 de Enero, continuamos en este Domingo V del Tiempo Ordinario; en él veremos la eficacia de la Palabra de Dios, Jesús mismo, la experiencia de la llamada y el seguimiento en medio de dificultades… y la invitación a vivir nosotros esa misma experiencia)
En el centro de las lecturas,
como mensaje fundamental, está la fuerza de la Palabra de Dios para cambiar la
vida de aquellos que la escuchan, la acogen y la siguen. Así Pedro y los
Apóstoles en el Evangelio, Isaías en la lectura profética y Pablo en el “credo”
que propone a la comunidad de Corinto, recordándoles que si ellos son una
comunidad de creyentes, se debe a que han acogido el mensaje, que él mismo,
recibió de los testigos de Jesús: que Cristo murió por nosotros y ha resucitado para darnos
a todos la Vida.
En la primera lectura,
Isaías nos muestra cómo la palabra de
Dios transforma. Se nos describe la experiencia de Isaías cuando es llamado para enviarlo a hablar al
pueblo en nombre de Dios. Se siente indigno, ante una experiencia tan intensa
de lo que es Dios, su Palabra, que no se atreve a hablar a un pueblo infiel, ya
que él mismo se considera parte de ese pueblo. Pero el serafín, que significa
“arder” toca sus labios, la acción curativa y purificadora de la Palabra de
Dios…, y entonces se siente impulsado a hablar a los hombres de ese Dios. He
aquí cómo se transforma la situación del hombre pecador a través de la intervención salvífica de
Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto en esta experiencia del propio
profeta, no es algo que solo vivirá él, sino todo el pueblo a causa de su
palabra profética, que es Palabra de Dios. Quien es llamado a ser profeta
siente que le arde el alma y el corazón. ¡Da miedo, claro! Pero la misma
Palabra transforma el miedo en valentía y audacia. Cuando ruge el león… (Dice
Amós 3, “Ruge el león, ¿Quién no temerá?” Habla el Señor Yahvé, ¿Quién no profetizará?). Dios tiene esas intervenciones extraordinarias, a base
de experiencias personales, que arranca de la indolencia y la trivialidad. El
profeta que tiene esta “suerte” no dormirá tranquilo. Ya verá la vida y la
religión de otra manera. A cada uno le llega esta experiencia en su “status”.
Es probable que Isaías fuera de familia distinguida, quizás sacerdotal. Ahí
llega también la palabra de Dios para purificar y transformar.
En la Iª Carta a los Corintios,
aparece el credo fundamental de los primeros cristianos. La experiencia vivida
por Pablo a través del anuncio recibido “…Cristo que murió por nosotros, fue resucitado
y vive….” Le recuerda su nueva situación y la comunica a los fieles de Corinto:
les habla de la resurrección, locura para los judíos y necedad para los
griegos… pero salvación para los que creen en Él. Este “Evangelio” es el
principio y la base de toda su argumentación posterior. Si no se acepta que
Cristo ha sido resucitado por Dios, el cristianismo que ellos han aceptado, el
evangelio, no tiene sentido. Si Cristo no vive con una vida nueva entonces… el
cristianismo no tiene nada que ofrecer a los hombres. ¡Pero no! Cristo ha
resucitado… y él mismo ha tenido experiencia de ello, de la misma manera que
los otros apóstoles la tuvieron antes que él.
El Evangelio. Y
ahora viene el Evangelio: la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo
resucitado, se va imponiendo en la vida de todos aquellos que deben colaborar
en el proyecto salvífico sobre este mundo y va transformando la existencia de
cada uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de
Isaías, de Pedro, los apóstoles y de
Pablo. No eran santos, sino alejados de
la “santidad divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en sus
vidas… como en nosotros, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve
misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos
lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión
fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las
respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o
perfecto para colaborar con Dios. Hace falta
prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto.
Traduciendo el Evangelio de hoy a la actualidad, se nos propone una vida nueva,
de pescadores de mar a pescadores de hombres, en perspectiva de futuro, sin
cálculos... sígueme…y todo cambiará, como cambiaron Isaías, Pedro, Pablo y cuantos siguieron la llamada. Pero, si no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando
aprendamos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queramos salir de
nuestros límites, la Palabra de Dios será más eficaz que nuestras propias
razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre
los amigos, en el trabajo... y seremos profetas, y seremos pescadores, como
Dios nos quiere.
Antonio
Aranda Calvo. Sacerdote.
No hay comentarios:
Publicar un comentario