El Adviento tiene dos partes a tener en cuenta:
A) Orienta nuestra mirada hacia el Señor glorioso que un día vendrá a nuestro encuentro, al final de los tiempos.
B) Ese que vendrá con gloria es el mismo que vino en la humildad de nuestra carne, acontecimiento que celebraremos en Navidad.
Pero hoy toca (la primera parte) hablar de la esperanza en la venida del Señor al final de los tiempos. Para cada uno este final será la propia muerte, el momento de la salida de este mundo. Pues bien, hemos de esperarlo con paz y serenidad, porque precisamente entonces Dios se nos hará más presente que nunca. Dios nos acogerá con un amor como no hay otro y nos abrazará para no soltarnos nunca de sus manos. El Evangelio pone en boca de Jesús unos signos para describir el fin del mundo, apocalípticos, pero lo importante no es esa literatura, sino el MENSAJE que se nos quiere trasmitir: que es de ESPERANZA.
Este mundo en que vivimos es limitado, la misma ciencia nos lo afirma así, pero su final está muy lejos… y cierto que no será caótico… ni desconcertante, pues sea como sea estará EL HIJO, NUESTRO JESUS, con gran poder y gloria… poder salvífico y liberador; su presencia no puede provocar temor, sino trasmitirnos esperanza, seguridad y paz… es el sabernos amados por Él y que estamos bajo su reinado de AMOR.
Por el contrario nuestro final personal sí que está cerca… puede suceder en cualquier momento… y hemos de estar preparados: Tened cuidado de vosotros mismos, dice el Evangelio, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; ¿Cuál debe ser nuestra preocupación: Lo ha dicho la segunda lectura: “que el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, para que cuando vuelva acompañado de sus santos, os presentéis irreprensibles ante Dios, nuestro Padre”. Mientras esperamos la vuelta del Señor, debemos explotar al máximo el don del amor en una doble dirección: amor mutuo, o sea, amor fraterno dentro de nuestras comunidades cristianas; y amor a todos: aún a aquellos que no pertenecen a nuestros grupos, porque si no abrimos nuestros corazones al extraño y al alejado, nuestro amor no es el del Señor.
Escucharemos en el prefacio, lo subrayaré con mi voz:
que el Señor glorioso que vendrá al final de los tiempos, “viene
ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo
recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su
reino”. Viene a nuestro
encuentro en cada persona: en el enfermo desvalido, en el emigrante vulnerable,
en el vecino solitario. Para que al encontrarlo demos testimonio
de nuestra esperanza: un reino en el que todos serán felices. Y como ese es
nuestro más ardiente deseo, todos los días rezamos en el Padrenuestro que venga
ese Reino. Lo pedirlo y lo buscamos anticipándolo ya en cuanto decimos y
hacemos. La autenticidad de nuestra esperanza se manifiesta en una vida fraterna.
El adviento puede revitalizar la vida cristiana: en
esperanza, en fe y en amor… por tanto en alegría. Los que creemos en Cristo esperamos encontrarle
y vivimos amando como él nos amó.
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote
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