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viernes, 5 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXII DEL T. O. 7 DE NOVIEMBRE 2021.

 


Darlo todo porque Cristo lo ha dado todo

 

LECTURAS: I Libro de Reyes 17, 10-16; Salmo145 ¡Alaba Alma mía al Señor! Hebreos 9, 24-28. Marcos 12,38-44.  

    Una vez más el Evangelio de hoy es sorprendente: Jesús está en el Templo, ante el Tesoro, en medio de mucha gente que va y viene, muchos dan grandes donativos para mantener aquella actividad religiosa, el culto a Dios… pero este JESÚS, observador atento, no se fija en nada de ello sino más bien en un “testigo insignificante”, la viuda, en la que descubre  fe limpia, generosidad y entrega… y pasa a testimoniarlo ante su discípulos.

    La mujer viuda, con el testimonio, evidencia una fe profunda que la mera razón no alcanza, porque ella no se expresa ni se construye con conceptos; no se trata tampoco de una confesión pública, tampoco es una evidencia ni una demostración de ninguna verdad. El testimonio tiene fuerza vital en cuanto parte de un testigo “la mujer viuda” y un observador o interprete, JESÚS.

 



    Jesús, sentado frente (confrontado con) al tesoro del Templo observa la acción de esa mujer que se acerca a depositar su ofrenda. A continuación, convoca a sus discípulos y les relata el testimonio de aquella viuda sencilla y marginal para todos los grupos presentes, y de su desprendida generosidad: JESÚS descubre en ella un gesto que revela su profundo amor y cómo toda su confianza está puesta en Dios. Sencilla, sola e invisible en aquel contexto. Una mujer, y además viuda… nada dice a nadie, pero la mirada atenta de JESÚS la descubre, ve en ella la forma que tiene de vivir, la presencia de Dios en su vida; por ello llama a sus discípulos, para que ellos aprendan a saber mirar en lo sencillo, sin dejarse arrastrar por las maravillosas formas del Templo, ni por el exhibicionismo de los donantes, ni tampoco por las leyes de algunos de los funcionarios y dirigentes.

    Jesús vio un testimonio en lo que hacía aquella mujer porque en esa acción descubrió su lealtad para con Dios y una forma de bondad, de libertad y de generosidad que solo podían provenir del amor “al y del” Padre. Ella, sin saberlo, fue una testigo para Jesús. El mismo Jesús, con su mirada, la hizo tal, al ver en ella la fidelidad al amor de Dios: “…amarás al señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todo tu ser… Y al prójimo como a ti mismo“(Mc.12, 30-31)



      El verdadero testigo da testimonio aún cuando no tenga  intención de hacerlo, lo hace por la fuerza de su convicción, por la fidelidad a la verdad que cree, vive y sostiene su existencia. La convicción y la fe de esta mujer, ofrece un marcado contraste con los personajes que aparecen en la primera parte del relato y a los que hace referencia Jesús en su enseñanza a la gente. Los letrados, eran los interpretes de la Ley, aquellos que “sabían” y tenían que decirle al pueblo cuál era la voluntad de Dios. Convencidos de su superioridad mantenían una posición distante del pueblo  sometido y  dependiente de ellos. Hacían ostentación de su piedad a Dios pronunciando en público largas oraciones, pero estas,  lejos de ser un testimonio de la presencia de Dios en sus vidas, constituían un medio para extraer de las personas más vulnerables (las viudas) sus escasos recursos.  

    Con esto se enfrenta JESÚS, está “sentado enfrente del cepillo del Templo”. Enfrente es lo que JESÚS trata de enseñar a sus discípulos, que salgan de esa realidad, que con mirada más alta sepan ver los testimonios que aparecen en la vida; que no se dejen dominar por la mentalidad de los letrados, que entiendan: lo que tiene menos valor, es lo más valioso. JESÚS invita a los discípulos a aprender de la viuda la fidelidad, la bondad y la lealtad a aquello que cree y vive. Que sepan mirar y “ver” lo que vale a los ojos de Dios y descubrir la perversión y la maldad del sistema.  

    El testimonio de aquella mujer es una invitación a poner la vida en manos de Dios. Jesús da a entender que lo central no es el templo ni lo que se hace él, sino la actitud y la libertad con la que uno se relaciona con Dios. 

  Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.


 


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