LECTURAS: I Libro de Reyes 17, 10-16; Salmo145 ¡Alaba Alma mía al Señor! Hebreos 9, 24-28. Marcos 12,38-44.
Una vez más el Evangelio de hoy es sorprendente: Jesús está en el Templo, ante el Tesoro, en medio de mucha gente que va y viene, muchos dan grandes donativos para mantener aquella actividad religiosa, el culto a Dios… pero este JESÚS, observador atento, no se fija en nada de ello sino más bien en un “testigo insignificante”, la viuda, en la que descubre fe limpia, generosidad y entrega… y pasa a testimoniarlo ante su discípulos.
La mujer viuda, con el testimonio, evidencia una fe profunda que la mera razón no alcanza, porque ella no se expresa ni se construye con conceptos; no se trata tampoco de una confesión pública, tampoco es una evidencia ni una demostración de ninguna verdad. El testimonio tiene fuerza vital en cuanto parte de un testigo “la mujer viuda” y un observador o interprete, JESÚS.
Jesús vio un testimonio en lo que hacía aquella mujer porque en esa acción descubrió su lealtad para con Dios y una forma de bondad, de libertad y de generosidad que solo podían provenir del amor “al y del” Padre. Ella, sin saberlo, fue una testigo para Jesús. El mismo Jesús, con su mirada, la hizo tal, al ver en ella la fidelidad al amor de Dios: “…amarás al señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todo tu ser… Y al prójimo como a ti mismo“(Mc.12, 30-31)
Con
esto se enfrenta JESÚS, está “sentado enfrente del cepillo del Templo”.
Enfrente es lo que JESÚS trata de enseñar a sus discípulos, que salgan de esa
realidad, que con mirada más alta sepan ver los testimonios que aparecen en la
vida; que no se dejen dominar por la mentalidad de los letrados, que entiendan:
lo que tiene menos valor, es lo más valioso. JESÚS
invita a los discípulos a aprender de la viuda la fidelidad, la bondad y la
lealtad a aquello que cree y vive. Que sepan mirar y “ver” lo que vale a los
ojos de Dios y descubrir la perversión y la maldad del sistema.
El testimonio de aquella mujer es una invitación a poner la vida
en manos de Dios. Jesús da a entender que lo central no es el templo ni lo que
se hace él, sino la actitud y la libertad con la que uno se relaciona con
Dios.
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