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viernes, 10 de septiembre de 2021

DOMINGO XXIV del T. O. 12 de septiembre de 2021.

 


(LECTURAS: Isaías 50, 5-9ª; Salmo: 114. 1-6. 8-9; Santiago 2, 14-18; Marcos 8,27-35.) 


“¿Quién eres Tú, Señor Jesús? ¡Quién y qué eres para mí!”

 

La pregunta que recorre el Evangelio, ¿Quién es Jesús? implica a todo aquel que entra en contacto con el mismo. Es la que Marcos, trata de responder y en concreto en el texto proclamado. Jesús quiere establecer entre Él y sus discípulos (nosotros) una relación personal y cercana -vosotros quién decís que soy Yo- frente a lo que opinan los demás…  En el diálogo que se establece entre Jesús y los discípulos queda bien clara la respuesta, ya había sido anunciado por el mismo Isaías, al hablarnos del “Siervo de Yavé” y Marcos a través de Pedro, frente a lo que dice la gente, afirmará que Jesús es EL MESÍAS; podría parecer que Pedro había dado en la clave, pero el mismo Jesús tiene que aclarar el sentido del mesianismo, coincidiendo, por otra parte con el mensaje de Isaías: “no me resistí, no me eché atrás… ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba, no escondí el rostro a ultrajes y salivazos…” y Jesús”… el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser reprobados por los ancianos, sacerdotes…ser ejecutado y a los tres días resucitar…”  

El Apóstol Santiago, segunda lectura, concretiza bien claramente cual debe ser nuestra posición: Sitúa cual sea la verdadera fe: la fe vacía y la cargada de buen obras; cómo el bien obrar, las actitudes fraternas, la compasión por el que sufre y el compartir los bienes… muestran la fe y sin ellas queda hueca y diluida en apariencias, actitudes externas y sentimentalismos. Religiosidad con apariencia pero sin hondura ni raíces. Fe y obras… y Santiago pone un ejemplo bien claro de obras vivas, que se refiere a la verdadera caridad, y con ello deja bien clara la distinción.  

Hermanos y hermanas, la profesión de la fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras grandilocuentes o en puras emociones, exige de nuestra vida un amor claro a Dios y tiene que estar señalada por las buenas  obras. Ponernos frente a Ti Señor, y aprender a renunciar a nosotros mismos, entregarnos totalmente a él en servicio a nuestros hermanos más débiles, aprender a cargar con nuestra cruz y seguirlo hasta el Calvario.  

   


El dulce nombre de María

(12 de septiembre)

  Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.  

 

 

 


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