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martes, 16 de febrero de 2021

MIÉRCOLES DE CENIZA

 


El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma. En este día se celebra un ritual caracterizado por la “imposición de la ceniza en la cabeza de los fieles”. Los cristianos siguieron la costumbre judía en la que cubrirse de ceniza significaba una vuelta a Dios y un signo de cambio de vida. Algo parecido quiere significar entre nosotros este signo, lo repito: “vuelta a Dios y cambio de vida”. Después de bendecir las cenizas y los fieles presentes, proclamada la Palabra de Dios y hecha la homilía, quienes lo deseen se disponen a recibirla en filas hacia donde están los ministros. Los ministros ponen un poco de ceniza en la cabeza mientras  dicen estas o parecidas invocaciones: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te has de convertir” (Gn. 3, 19) o “Conviértete y cree en el Evangelio” o “Arrepentíos y creed en Dios”…terminada la imposición se hace una oración conclusiva del rito y se prosigue la Misa o se despide a los fieles, si no se ha celebrado dentro de esta. 

EL COMIENZO DE LA CUARESMA ES EL MIÉRCOLES DE CENIZA y ya estos días nos dan ocasión para pensar en la llamada que el Señor nos hace a través del tiempo cuaresmal y que os sintetizo, recordando lo que ya he escrito en la introducción:

  • Es un tiempo para redescubrir la ruta que hemos de seguir en nuestra vida a través de un doble camino, tan paralelos que se unen en uno sólo, como nos enseñan los “mandamientos de la ley de Dios”: caminar de cara a Dios y caminar de cara a nuestros hermanos. Porque en el caminar de la vida lo que importa es no perder de vista la meta. Y ¿Cuál es nuestra ruta?... Merece la pena tener clara la meta hacia la que caminamos. Ahora tenemos días de examen y replanteamientos.

  • Convertíos a Mí, dice el Señor, porque yo debo ser la meta de vuestro caminar. Y las cenizas te pueden recordar en qué quedan los vanos proyectos, las ganancias que corroe la polilla y los ladrones pueden robar, los placeres que pasan y nada dejan.

  • En el camino evangélico se nos ofrecen tres aspectos que nos enderezarán hacia Dios y hacia los hermanos: el ayuno, la oración, la penitencia, todo ello a favor de nuestros hermanos. Y ¿Para qué sirve eso?: EL AYUNO (ayuno y abstinencia es la tradición) para recordar que se pasa hambre en el mundo, que debes compartir tus bienes con los demás, que debes ser consciente del sufrimiento que da la escasez. LA ORACIÓN para unirte a Dios y pedir por ti, por tus hermanos y por los problemas de la vida. LA LIMOSNA, no sólo los céntimos o la moneda que depositas en las manos tendidas, sino el acercarte a tu prójimo, luchar por la justicia social, porque a nadie le falte el trabajo, por crear un buen ambiente a favor de todos los necesitados, por acoger al emigrante y al forastero.

  • Así podemos revisar nuestra relación para con Dios, para con nosotros mismos y para con nuestros hermanos.

Y ahora cumpliendo lo prometido, REFLEXIONAR SOBRE LAS OBRAS DE MISERICORDIA, os presento la primera: “Visitar a los enfermos” 



 01. Curar al enfermo

Obra realizada por Bartolomé Esteban Murillo para el Hospital de la Caridad de Sevilla y robada en el siglo XIX por el mariscal francés Soult, que la desperdigó por Europa. Representa el milagro de La curación del paralítico en la piscina de Siloé, contado por San Juan.

   La enfermedad en el mundo, en nuestra sociedad y en nuestros alrededores y, por supuesto, en nuestras propias familias es un hecho: las debilidad por falta de alimento, las fiebres aún no vencidas, otras enfermedades concretas, el cáncer, la depresión, tantos dolores, ahora el Coronavirus y en general “la enfermedad” se ceba en ancianos de todas las clases y en los más necesitados. No deberíamos cerrar los ojos a ello.  Ante esta realidad, se nos invita a vivir la misericordia entrañable de nuestro Dios, que nos interpela y nos lanza a vivir algo propio de lo divino hecho humano: “visitar a los enfermos”. Conviene que nos paremos y veamos tanto por lo que otros pueden necesitar de nosotros, como lo que nosotros podemos enriquecernos en el encuentro con el mundo de los enfermos. Sobre todo aprendamos de nuestro Señor: Él se identificó en su misión con los enfermos y los que sufren: “Id y decidle a Juan lo que estáis oyendo y viendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena nueva (Mt 11,2-6) Es maravilloso el ejemplo del Domingo pasado (14-II-21)

    Visitar a los enfermos supone pasar de la pena al encuentro, pues no bastan las lágrimas y el quejarse. Estamos llamados a caminar junto al otro en la vivencia de su enfermedad, dolor y sufrimiento, no basta con lamentos. El lugar del enfermo está en medio de la comunidad que es quien lo ha de sanar, incorporándolo y cuidándolo, para que no pierda su protagonismo ni el sentido de su vida. La misericordia nos llama a tomar cada uno parte en esa labor, hacer más saludable nuestro mundo y nuestra sociedad. Necesitamos integrar al enfermo en nuestras vidas para llegar a vivir todos sanamente la enfermedad. Para ello se requiere:

  • Reflexionar y compartir cómo es nuestra consideración y relación con los enfermos, que tenemos cercanos, cómo solemos reaccionar ante la enfermedad. Visitemos a los enfermos y eduquemos a los niños y jóvenes en esta obra de misericordia.

  • Analicemos si nuestros modos de consumo y hábitos de vida son sanos para nosotros y para los demás.

  • Cuidemos y defendamos, como propio, el sistema sanitario que tenemos a nuestra disposición, según el lenguaje al uno,  “tanto público como privado”, todo un reto para las administraciones, los profesionales, los usuarios… hacer, entre todos, un uso digno, justo y solidario de este servicio.

  • Organicemos nuestras actividades religiosas teniendo en cuenta a los enfermos, su dolor y sufrimiento y posibilidades de integración.

  • Busquemos la relación viva y cercana con las realidades de limitación y enfermedad que están cerca de nosotros, como residencia de mayores, discapacidades físicas y psíquicas, centros de Alzheimer, etc.

  • Colaboremos con las organizaciones que se preocupan de la salud en los lugares de mayor pobreza y sufrimiento: Manos Unidas, Médicos Sin Fronteras, Medicus Mundi, Cruz Roja y todas las que hacen, sinceramente, el bien a favor del necesitado, sean del signo que fueren.

Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.

 

 

 


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