“Fiesta de los Magos de Oriente”
Hemos visto en estos días de Navidad cómo Dios se ha ido manifestando: a José y María, a los pastores, a los ancianos Simeón y Ana, a los magos de oriente, al mismo Herodes-sacerdotes y letrados… En cada uno de estos encuentros Dios se revela de un modo distinto y también de forma diferente responden las personas implicadas.
En la «Epifanía del Señor» la liturgia se centra en la revelación de Dios a los que no pertenecen al pueblo judío, a los que no son del pueblo de la Alianza. Isaías dice que «los pueblos caminarán a tu luz», Pablo en la carta a los Efesios que «los gentiles son coherederos… de la Promesa»; y en el evangelio son unos Magos de Oriente los que llegaron y «adoraron al niño». Todo ello nos habla de la universalidad de la salvación: Jesús, el Mesías, ha venido para todos los pueblos.
Una vez más la lección de Dios es que no tiene exclusividad, que no es propiedad de nadie. El pueblo judío creía que la salvación era sólo para él, y hoy podemos tener la misma tentación muchos cristianos, pues a veces distinguimos entre «los nuestros» y «los otros», entre los «de aquí» y los «de allí». Solo en la conciencia de ser todos hijos de un mismo Padre podremos realizar el Plan de Dios: fundar la hermandad que posibilite transformar nuestro mundo.
El Evangelio, al presentarnos a “Los Magos” que podían significar en la cultura oriental
del tiempo de Jesús «los sabios», nos invita a que aprendamos de su sabiduría: Son
capaces de levantar la mirada hacia lo alto, más allá de lo inmediato que llena
la vida (ocupaciones, pequeñas cosas de cada día, luces, regalos,...)
-
Son capaces de distinguir la luz de Dios entre todas las luces que brillan a su
alrededor… para lo que hace falta búsqueda paciente, tiempo, silencio y
confianza…
-
Ponen en sus vidas una buena dosis de valentía como para emprender un nuevo
camino, siguiendo la luz-estrella, confiando en su guía, desprendiéndose de
seguridades y costumbres que los atan, y abriéndose a las gentes y pueblos que
el camino les ofrece.
-
Tienen la humildad necesaria para preguntar y pedir ayuda cuando pierden el
rastro de la estrella.
-
Tienen la capacidad de reconocer el origen de la luz, aunque contradiga sus
cálculos y conocimientos.
- Adoran y reconocen el misterio de amor recibido gratuitamente, aceptan la propia incapacidad para corresponder a un don de tal magnitud, y, aun así, ofrecen lo que son y lo mejor que tienen.
Desde esta perspectiva los
Magos son un buen modelo en el que mirarnos. No somos magos pero
sí tenemos la «gracia que Dios nos ha dado» y que nos ayuda a crecer en su
sabiduría. Por ello aprendamos: El profeta nos grita: «Levántate, brilla,
que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti». En este momento de
nuestra historia, es hora de dejar de mirar al suelo y alzar nuestra mirada más
allá del aquí y ahora; es momento de reconocer la luz de Dios que nos invita a
dejar atrás nuestras seguridades; es la ocasión para salir de nuestra pequeñez
y abrirnos a otros hombres y mujeres que
piensan y sienten de manera distinta y así participar en el proyecto de Dios; es
tiempo de asumir que Dios es misterio y que no podemos aprehenderlo del todo…
pero sí confiar en él… y adorarlo.
Aprender la lección de Dios que es «luz para todos» y
corresponder a su don con nuestras vidas, haciéndonos partícipes de la misión que
nos confió en Jesús: la de reflejar su luz, cooperar con Él en el anuncio
alegre de la Buena Noticia, colaborar en el Plan de Dios, extender la Verdad de
Cristo… empeñarnos, en fin, por ser apóstoles en medio de nuestro mundo, debe
ser nuestro propósito de "Fin de Fiesta". Al igual que los
Magos ofrecieron al Niño, lo mejor que tenían, hagámosle entrega de nuestras
vidas.
Antonio
Aranda Calvo. Sacerdote.
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