LECTURAS:
Sabiduría 11, 22- 12, 2. SALMO: “Bendeciré tu Nombre por siempre, Dios
mío, mi rey”. 2 Tesalonicenses, 1, 11- 2, 2- Evangelio de Lucas, 19, 1-10.
“HOY HA ENTRADO LA SALVACIÓN EN ESTA CASA…”
Todo hombre tiene en su corazón una atracción por el bien… Zaqueo, a pesar de ser un publicano y pecador, siente algo dentro de sí, que le atrae hacia el Maestro y hace lo posible por acercarse a él. Jesús lo descubre en su corazón y lo ve en el árbol, donde se ha instalado para ver a Jesús y saber algo de Él. Aunque todos han visto a Zaqueo por allí, solo Jesús es capaz de leer lo nuevo que está naciendo en su corazón. Alza la vista y le dice: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy yo me quede (hospede) en tu casa. La iniciativa es de Jesús y se produce porque hay disponibilidad en Zaqueo. El encuentro con Dios es a la vez gracia y fruto de una búsqueda más o menos consciente por parte del hombre. Zaqueo acoge con gozo la llamada de Jesús y le recibe en su casa, ignorando aún las consecuencias que resultarán de esta aventura: Se apresuró y lo recibió con alegría. Ya en casa, en un cara a cara, en trato más íntimo, descubrirá en Jesús la gratuidad del amor de Dios hacia él. La mirada de Jesús expresaba un amor y una misericordia mucho más grandes de lo que él se habría atrevido a imaginar.
Lo que sucede no es simple fruto de la casualidad. El texto emplea el “hoy” que sirve al Evangelio para indicar la actualidad de la salvación ofrecida por Dios y realizada día a día en nosotros. “El hoy” está muy presente en el Evangelio: a los pastores de Belén se les anuncia que “hoy os ha nacido un salvador”; en la Sinagoga de Nazaret, a los que le escuchan el pasaje de Isaías, Jesús les dice: “esta Escritura, que achacabais de oír, se ha cumplido hoy”. En la Cruz, al buen ladrón le asegura que “hoy” estarás conmigo en el paraíso. Dios, en su misericordia, ofrece la gracia de la salvación a quien lo necesita y se deja interpelar. (Ojalá cada vez que miramos a nuestro Padre Jesús podamos escuchar ese “hoy”)
Un encuentro que cambia la vida Jesús por un tiempo, se aparta de la muchedumbre, que le sigue por Jericó, para dedicarse solo a Zaqueo a quien, como Buen Pastor, busca en su propia casa, dejando las noventa y nueve y va en busca de la perdida, porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Entra en casa de Zaqueo sin temor a mancharse, a que lo critiquen o a escandalizar.
La misión de Jesús es hacer presente en medio de los
hombres la misericordia de Dios que quiere la conversión y la salvación de
todos sin exclusión. Jesús nos enseña
que el amor a Dios se manifiesta haciendo camino con nuestros hermanos,
compartiendo amor y misericordia, aplicándonos las palabras “hoy la salvación
ha entrado en esta casa”. Es
el amor gratuito de Dios y no los méritos de Zaqueo lo que le permite dar un
vuelco a su vida y abrirse a un horizonte nuevo. Al sentirse acogido y
perdonado comienza a la vez a pensar en los hermanos: “daré, Señor, la mitad de
mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el
cuádruplo”.
*Zaqueo, publicano, se convierte en la figura del discípulo cristiano que, sin dejarlo todo como hacen otros discípulos de Jesús, permanece en su mundo habitual, dando testimonio de un estilo de vida, según el evangelio: Ya no más la ganancia por encima de todo, sino la justicia (devolveré el cuádruplo); el compartir con quien lo necesita (daré la mitad de mis bienes a los pobres). Está el discípulo que deja todo por el evangelio y el discípulo que sigue al Maestro, viviendo en el ambiente al que pertenece. La conducta y las palabras de Zaqueo contienen una enseñanza sobre la riqueza y los pobres: La riqueza es inicua cuando se acumula a costa del débil y se emplea en propio beneficio de modo desenfrenado, pero deja de ser tal, cuando es fruto del trabajo honrado y se comparte con los hermanos y la comunidad. La experiencia de Zaqueo nos enseña que la conversión evangélica es a la vez conversión a Dios y a los hermanos.
El perdón y el cambio de vida nos abre a un camino de
gozo y de compromiso que no es puro sentimentalismo o espiritualismo
desencarnado. Así también en el texto de la carta a los Tesalonicenses de este
domingo, Pablo escribe a una iglesia un tanto turbulenta y asustada por
visiones y “chismorreos”, y llama al realismo evangélico que no es otra cosa
sino el Amor con que Dios ama y nos hace dignos de la vocación cristiana; Él
nos lleva a desear y a hacer el bien, una fe activa. Nos insiste a que no nos
dejemos alterar fácilmente por manifestaciones que nos haga suponer la
inminente venida del Señor. El cristiano vive con la esperanza puesta en esa
venida, pero sin evasiones ilusorias, sino comprometiéndose a fondo en el
presente con el bien y la justicia.
El mensaje de este domingo es propiamente del N.T.,
pero, el Libro de la Sabiduría, ya nos adelanta la visión de Cristo: el amor
invencible de Dios por sus criaturas, a pesar del pecado. Dios es omnipotente,
según la fe de Israel. Pero al afirmar esa omnipotencia divina saca un efecto
sorprendente: la compasión. Como Dios es omnipotente no tiene miedo de nada y,
puesto que no teme a nadie, puede permitirse ser compasivo y misericordioso con
todos. El pecado de los humanos no suscita en Dios
el resentimiento, sino el amor y la compasión: ¡Porque tú amas a todos los
seres y nada de lo que hiciste lo aborreces, pues, si algo odiases, no lo
habrías hecho! (v.24). Dios es el Dios de la vida, un Dios que
constantemente ama y crea; un Dios que confía en sus criaturas y que, cuando
estas yerran, ama y perdona. Hay un designio de amor divino en el origen de
toda criatura: lo que ha dado la existencia a las cosas; Dios no lo retira por
ningún motivo, lo mantiene con una fidelidad inquebrantable. ¿Quiere esto decir que Dios no lleva cuenta del mal? ¿Qué
no reacciona ante el pecado? Ciertamente no. Quiere decir que Dios no reacciona
como un ofendido resentido, sino como un padre que desea el bien de sus hijos.
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote
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