En la primera lectura del libro del éxodo, se nos narra como el pueblo de Dios durante la peregrinación por el desierto, en su camino hacia la tierra prometida, tuvo que ir haciendo frente a muchas dificultades, defendiéndose de los enemigos y así fue purificando su idea de Dios. Se nos dice algo muy incesante, pues se nos hace notar que Israel obtiene la victoria sobre los amalecitas por la conjunción del auxilio de Dios en la oración y por la determinación y las habilidades guerreras de Josué. El hecho de ser perseverantes en la oración, no nos dispensa de nuestro esfuerzo. Unido al esfuerzo y responsabilidad humana, Dios nos hace justicia.
Lucas
es ciertamente el evangelista de la oración; son muchos los textos de Lucas que
nos hablan de ello. En varias ocasiones nos muestra a Jesús orando: Hace
oración en los momentos más decisivos de su misión, al empezar la vida pública,
al escoger a los Doce, en la Pasión. A la luz de la experiencia orante de
Jesús, el cristiano entiende que está invitado a orar siempre, con persistencia
¿Por qué? ¿Cuál es la razón de esta persistencia?
La perseverancia en la
oración es la actitud que posibilita al creyente mantenerse fiel en medio de
las dificultades del día a día.
La oración confiada y persistente es la forma de enfrentar toda adversidad. Es
evidente que la oración no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da
la fuerza para superarlos. La oración fortalece nuestra esperanza y la
esperanza cristiana no es una simple espera de algo que podría realizarse, sino
la consecuencia de la fe. La esperanza cristiana no es mera quimera o fantasía,
su fundamento real reside en Dios mismo, en su amor, en su poder y en su
fidelidad. Eso es lo que engendra en nosotros la seguridad de que todo lo que
esperamos, lo que deseamos se verá realizado, por eso podemos vivir confiados
incluso cuando experimentemos una tribulación, un fracaso en un proyecto… o
simplemente cuando lo que vemos o tocamos es una negación de lo que esperamos.
Porque el fundamento de nuestra esperanza no somos nosotros, ni lo que creemos
y sentimos; el fundamento de nuestra esperanza es solo Dios, y solo la
perseverancia en la oración, a la que nos invita Cristo, puede prepararnos y
abrirnos a la confianza en este Dios que siempre defiende el derecho del débil
frente a los que lo vulneran o trasgreden.
Parábola del juez injusto
Ilustración de Eugene Burnand en “Les
Paraboles”
Editores franceses Berger y Levrault (1908)
Esta actitud de
perseverancia en la oración es la que Jesús nos invita a practicar con el
ejemplo de la viuda.
Él quiere que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso; nos insta a
llegar hasta la obstinación como en la parábola. Pues si el pedir con
insistencia ya obliga al inicuo y corrupto juez a hacer justicia a la pobre
viuda, y eso que ni temía a Dios ni le importaba los hombres, con mucho más
motivo Dios, que en su esencia es amor, se compadecerá y atenderá las suplicas
de los que acudimos a él día y noche. Ahora
bien, esto no significa que hemos de cruzar los brazos y esperar que Dios haga
lo que hemos de hacer nosotros. Dios no puede remplazarnos en nuestro
compromiso y nuestra responsabilidad. He aquí el dicho popular: “a Dios rogando
y con el mazo dando”.
Antonio Aranda Calvo. Sacerdote.
No hay comentarios:
Publicar un comentario