LECTURAS: Éxodo 3, 1-8.
13-15. Salmo 103. “El Señor es compasivo y misericordioso”. 1ª Carta a los
Corintios 10, 1-6.10-12. Evangelio de Lucas 13, 1-9.
La Palabra de Dios en este Domingo III de Cuaresma nos ilumina sobre la relación que Dios tiene con nosotros, que somos su pueblo y al que tanto ama que pide a su propio Hijo Jesús, Dios y Hombre Verdadero, entregue la vida por nosotros en la CRUZ.
Por
encima de todo, hemos de subrayar para nosotros creyentes cristianos, que:
Nuestro Dios no es indiferente al dolor y al sufrimiento de sus hijos… y habría que proclamarlo en medio de
la sociedad y en este tiempo que nos ha tocado vivir, en el cual parece como si la desgracia nos
estuviera llegando por todas partes (enfermedades comunes, epidemia, crisis
económicas, invasión de naciones y lucha subsiguiente, pueblos destrozados,
personas desterradas, refugiadas fuera de sus casas, personas sin hogar y sin
lo necesario para la vida… etc.)
1. La maldad de los
hombres, ayer y hoy, el pecado, la tentación a la que el maligno quiere
someternos y por la que nos dejamos, muchas veces, vencer… LA MALDAD, que repercute en toda la
sociedad y se manifiesta en los males que nos aquejan; el pecado, Satanás, el
demonio, el maligno (como queramos llamarle) está ahí y hemos de luchar contra
él.
Ahí tenemos, en la primera lectura,
como el pueblo de Israel, sometido a la esclavitud de Egipto, padece grandes
desgracias, trabajos de esclavos y lo más grave “la esclavitud”, la falta de
libertad que les impedía honrar a su Dios y practicad su propia fe; también
hemos oído en el Evangelio lo de aquellos galileos que Pilato había
masacrado y aquellos otros que
perecieron por el derrumbe de la torre de Siloé… y en nuestra propia vida, aquí
estamos nosotros padeciendo el egoísmo de los poderosos, el mal gobierno de los
directivos de la naciones, el mal hacer de las organizaciones sociales… todo lo
cual repercute tan negativamente en el pueblo y en los más débiles.
2. Pero, el creyente, el hombre de fe, nosotros aquí y ahora, hemos
de mirar a nuestro Dios, Padre
Misericordioso y lleno de bondad, que no está ausente de nuestras vidas, que de una manera u otra comparte nuestros avatares y se hace presente para liberarnos de tanto
mal. “No nos dejes caer en la tentación” “Danos, Señor un corazón nuevo…” Confiemos
en Él, pues con la oración y siguiéndolo en las buenas obras, podremos
convertir nuestras vidas, vencer el pecado y entrar en la Vida Nueva,
conquistada por la muerte y resurrección de Cristo.
3. Es Cristo, quien nos lleva de la mano en este Camino Cuaresmal, el camino de la vida…el que nos invita a cambiar, a convertirnos, a recibir el Sacramento de la Penitencia, a renovar nuestros propósitos de ser mejores, mediante las obras buenas. Como en la Parábola del Evangelio: Cristo es el “viñador” que pone la cara por nosotros, que nos ama con todo el corazón y tiene piedad de cada uno; así ante la inminencia de nuestra condena (sacar la viña de la tierra y mandarla al fuego) se pone de nuestra parte y con el corazón dolorido, dolencia de amor, dice: “Señor déjala todavía este año, y mientras tanto, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol… a ver si da fruto en adelante. Si no puedes cortarla” ¡¡¡!!! (Él sabe que seguirá así año tras año…)
4. También, el Señor nos da esos avisos a través de sus enviados, la Santa Iglesia, Comunidad Cristiana de Pastores y Pueblo que con sus palabras y ejemplos de vida nos van señalando el camino… y hasta con los propios pecados nos muestran lo que hemos de evitar para ser fieles a aquel que es fiel y verdadero. Igualmente a través de los contratiempos de la vida, los desastres sociales, los hechos naturales, esos que llamamos desórdenes de la naturaleza…, sean enfermedades, epidemias, catástrofes, o aquellas otras provocadas por el propio hombre, el Señor nos envía avisos a través de la historia para que rectifiquemos y nos convirtamos a Él de todo corazón.
CUARESMA: tiempo para estar atentos a Dios (oración) a los hermanos (en las buenas obras) y a la vida misma (respeto a la naturaleza) y de ahí sacar la fuerza necesaria para una conversión sincera, muriendo al pecado y resucitando con Cristo a la Vida a la que nos llama en su Misterio de Muerte y Resurrección.
Antonio
Aranda Calvo. Sacerdote.
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